La Embajada de Finlandia tenía dos edificios, uno en la calle de Fernando el Santo y otro en Velázquez, 55. El edificio de Fernando el Santo fue asaltado el 3 de diciembre de 1936. En Velázquez 55 había 14 pisos ocupados por refugiados, a razón de 70 personas por piso 1. Hubo decenas de españoles refugiados.
El portero de la finca era Julián Chamizo, que fue detenido en el asalto del 4 de diciembre al piso finlandés, acusado de desafección por no denunciar la anormal cantidad de personas refugiadas allí, fue exculpado, por sentencia de 9 de enero de 1937, y puesto en libertad. Nadie supo más de él. El encargado de negocios interino, Francisco Cachero, hizo negocio cobrando importantes cantidades de dinero por alojar refugiados.
Asalto a Fernando el Santo (3 diciembre 1936)
El edificio adscrito a la Embajada de Finlandia sito en Fernando el Santo fue asaltado el 3 de diciembre de 1936 por orden de la Consejería de Orden Público. Francisco Cachero actuaba como secretario honorario y encargado del viceconsulado, ya que en ese momento no había ningún representante del país nórdico en Madrid. Con la excusa de que desde uno de sus balcones se habían lanzado dos artefactos explosivos contra miembros de las milicias que se hallaban frente el edificio, las fuerzas gubernamentales entraron por la fuerza. No hubo resistencia, por lo que no hay constancia de ninguna víctima. Según la documentación oficial del registro, dentro del edificio se encontraban 400 personas, todos ellos españoles, 185 mujeres y 345 hombres, algunos de ellos niños. Muchos fueron encarcelados.
Asalto a Velázquez 55 (23 diciembre 1936)
14 pisos ocupados por refugiados, a razón de 70 personas por piso) se asaltó la víspera de Nochebuena.
En el edificio de la calle Velázquez se había refugiado la familia de Félix Sánchez Redondo (6 años), formada por el padre, sastre de profesión sin filiación política alguna, su mujer Clotilde Redondo, y sus 3 hijos. Tras el asalto, el padre fue metido en prisión y la mujer quedó en la calle con sus hijos: «Aún recuerdo el gesto espantado de mi madre sin saber dónde ir ni qué hacer. Acabamos debajo del hueco de la escalera que nos dejó una portera que se apiadó de nosotros».
Estaba correteando con mis hermanas, ante la atenta mirada de mis padres. La gente charlaba a nuestro alrededor en un clima de aparente normalidad. De repente oímos dos explosiones. Saltaron los cristales de las ventanas, nos echamos todos al suelo y empezamos a llorar.
En ese momento, un grupo de milicianos armados entró en el edificio y ordenó salir a todos. Muertos de miedo se agolparon unos contra otros sin tiempo para recoger las pocas pertenencias que habían podido reunir y salvar de la desgracia. Separaron a las mujeres de los hombres –según las órdenes de la Consejería de Orden Público, órgano que autorizó el asalto, al mando de Santiago Carrillo– y los mandaron salir del edificio. Los niños se quedaron con ellas. Todos fueron retenidos y la mayoría encarcelados. Las sospechosas de pertenecer a «grupos facciosos» ingresaron en el centro de detención del Asilo de San Rafael y los hombres en San Antón. No hay cargos, solo prisión por sospecha 2.
En ella se refugia el militar asturiano Manuel Martínez Merino que tenía amplia experiencia como piloto en Marruecos. Tras el asalto de la Embajada pudo evadirse en el torpedero argentino Tucumán, pasó a zona nacional y se incorporó a la aviación. Luchó en la Batalla del Ebro y al final de la guerra tomó el aeródromo de Barajas. En 1957 era director general de Aviación Civil.
Cf. Leopoldo Huidobro Pardo. Memorias de un finlandés. Ediciones españolas, Madrid, 1939. Huidobro se refugia en la Embajada de Finlandia el 22 de octubre de 1936, pero los milicianos, guiados por los rusos, asaltan la Embajada el 4 de diciembre de 1936, y llevan a 398 «truchas» a la cárcel de San Antón.
- La embajada estaba en la calle Zurbano, y había otro piso en la calle Quintana. ↩
- Félix aún se emociona cuando afloran estos recuerdos y señala como uno de sus días más felices cuando su padre salió por fin de prisión. «Le salvó que antes de la Guerra era sastre de varios funcionarios y uno que estaba en el presidio le vio y le preguntó que qué hacía allí. Tras contarle su odisea, aquella persona le dijo: »Espera, que eso lo resuelvo yo»». A los pocos días le pusieron en libertad de la misma forma que ingresó: sin explicaciones. «Gracias a aquel funcionario, al que nunca más volvimos a ver, salvó la vida. Todos los días veía cómo a compañeros de prisión se los llevaban y ya no volvía a verlos nunca más. Pensaba que un día le iba a tocar a él». Han pasado 83 años, pero la memoria y el recuerdo de aquel niño de seis se mantiene nítida sobre aquellos días terribles. «Mi padre siempre denunció que aquel asalto estuvo dirigido por Carrillo y sus milicianos de corps. Los que allí estábamos no habíamos cometido ningún delito, allí nunca hubo armas ni nadie violento ni sospechoso, sólo familias que huíamos del horror y la miseria. Nadie luchó durante el asalto, ni sacó un arma, ni usó la violencia. Era todo mentira, allí no había espías». A punto de cumplir 89, Félix lo ha visto prácticamente todo, pero se queja de que no hayamos aprendido nada de nuestra historia pasada. «Mi casa la destruyeron los nacionales y nuestra vida casi la destrozan los rojos. Ahora, muchas veces, siento que estamos volviendo a aquellos tiempos y que nuestro país sigue siendo el mismo. Parece que no hemos aprendido nada». ↩