Kurt Levander en Påarp, Escania, 1999.
Kurt Levander (Skara, 4 enero 1915) estuvo 2 años en España (volvió a Suecia en octubre de 1939, mucho después de otros brigadistas suecos debido a su encarcelamiento). Se enteró de lo que estaba pasando por los periódicos y cruzó la frontera a finales del verano de 1937, junto a 3 compatriotas 1. Sirvió como soldado raso en una compañía de guardia que protegía al personal de la Brigada Thälmann.
Sólo participó en los combates de Teruel, donde fue hecho prisionero. Estando cerca de ser fusilado, apareció un monje que le preguntó que si «creía en el Señor Jesús». Cuando respondió que «sí, sí, creo en Dios», se detuvo la ejecución y lo llevaron de vuelta al granero. Después de un tiempo lo sacaron de nuevo, lo alinearon contra la pared y todo se repitió. Esta vez el monje le preguntó si «creía mucho». Al decir de nuevo que sí, se suspendió la ejecución.
Pasó los 21 meses siguientes en la cárcel, pasando 9 meses en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos), campo en el que se internaba a los extranjeros capturados, incluidos los miembros de las Brigadas Internacionales. Entre sus muros los presos organizaron una «universidad» de lenguas, donde Levander aprendió a hablar y escribir español, lengua que conservó toda su vida. Sometido a hambre y malos tratos, fue puesto en libertad -junto a su camarada Georg Nilsson– el 20 de septiembre de 1939 gracias a la intervención del gobierno sueco. Tomó un tren a Portugal, donde lo internaron durante 5 días, a la espera de un barco que lo llevara a casa. Embarcó en el Gothia hasta Noruega, vía Escocia. Llegó a Suecia destrozado en una profunda crisis nerviosa que le impedía dormir y que tardó años en superar (en parte).
– Entrevista a Levander en vi mänskor (1986). Se queja de que el bando nacional tenía armas suecas: Boforskanon 40 mm, a través de Hitler.
– Entrevista radiofónica a Levander en Kämpande solidaritet (1996).
- «En kväll i augusti 1937 lastades de frivilliga ombord på bussar för vidare transport mot gränsen. Efter att ha vilat ut i en lada och fått ett gott mål mat gick de så ut i mörkret. Vid en kyrkogård mötte fyra vägvisare som förde dem vidare, när den drygt sexhundra man starka gruppen anträdde sin marsch mot gränsen. (…) Terrängen var besvärlig och männen fick använda både händer och fötter för att ta sig fram. Ibland var gruppen tvungen att lägga sig platt på marken då de franska gränspatrullerna dök upp och svepte över området med sina strålkastare». ↩