Goticismo

La tradición gótica española se remonta a la De origine actibusque getarum (o Historia de los godos) del alano (monje cristiano de esta tribu goda) Jordanes, que en el siglo VI localiza la patria de los godos en el sur de Suecia (en Scandza), de donde emigraron bajo el mandato del rey Berig. Jordanes piensa que Scandza es una isla.

La idea de los godos como continuadores del Imperio Romano, no como sus destructores. De esta forma, la tradición goda se encarna en Don Pelayo (El último godo llama Lope de Vega una comedia sobre Pelayo) y en la Reconquista. así está presente en las coplas de Jorge Manrique, en que liga la sangre noble de su linaje a los godos.

Pues la sangre de los godos,
el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su gran alteza
en esta vida!

Con el triunfo de la Reforma en Suecia, se expulsa a los últimos arzobispos católicos suecos. Olao se consuela escribiendo en el exilio una historia fantástica de la vida de los pueblos escandinavos, la Historia de gentibus (Roma, 1555) en la que la antigua Suecia aparece poblada de seres fantásticos, como los hipópodos o los sanales. También Olao dibujó un mapa de Escandinavia, la Carta Marina. Juan Magno, por su parte, escribió una Historia de los Reyes de Escandinavia (Basilea, 1558).

Carlos V escribió una carta al pueblo sueco cuando quiso hacer a un pariente suyo rey de Suecia, Federico de Palatinado. En esta línea está la Corona Gothica, caste, de Saavedra Fajardo, libro escrito para la educación del príncipe Baltasar Carlos. SF estuvo en las negociaciones de la paz de Munster, donde entablò amistad con Schering Rosenhane, uno de los delegados suecos. Rosenhane nos ha dejado en sus cartas testimonio de esta amistad (Hortus regius, Upsala, 1978).

Idea de casar a la reina Cristina de Suecia con Felipe IV. Cristina era la hija de Gustavo Adolfo. ‟monstruo de Stocolma‟ (Quevedo), ‟fiera del Norte‟, ‟nuevo Atila‟ (padre Ambrosio Bautista), al que dedicaron páginas Baltasar Gracián, Quevedo (varios sonetos), etc. La conversión de Cristina imspira dos comedias de Calderón: Afectos de odio y de amor, y el auto La protestación de la fe. Se sabe que Cristina hablaba español y que en el siglo XVII hubo eruditos hispanófilos como <strong>Georg Stiermhielm, padre de la literatura sueca, o poetas que escribían directamente en español como Andreas Ridermarck, catedrático de matemáticas en Lund, el numismático Nils Keder o Johan Gabriel Werving, diplomático de alto rango.

A fines de 1689 el sabio sueco Johan Gabriel Sparwenfeld llega a Madrid. Se hace con una biblioteca importante, que manda a Suecia. Traduce igualmente la Coronoa Gótica.

Lo gótico en el siglo XVIII. Guillermo Carnero: «Sexo, sangre y muerte: un cóctel victoriano». Revista de Libros. 2017

El concepto de Sublimidad, fundamento de la estética y la psicología del Romanticismo, se acuña en 1757 en la Indagación filosófica del origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello de Edmund Burke. Una de las provincias de la Sublimidad, el goticismo, nos interesa aquí. Hasta mediados del siglo XIX se considera en términos de Estética un mismo período, de casi un milenio, el que se inicia a fines del Imperio romano, y se lo desprecia en contraste con el Neoclasicismo que arranca del Renacimiento; así, la palabra «gótico» equivale a tosquedad, barbarie, extravagancia y hasta barroquismo (esto último por el flamígero y el toscano). Los primeros definidores del adjetivo «gótico» (explícitamente derivado de «godo», con sus connotaciones de salvajismo e ignorancia) fueron los antepasados del Neoclasicismo dieciochesco, es decir, los tratadistas de Arquitectura y los historiadores de arte del Renacimiento, como Giorgio Vasari. En su estela, François de Salignac de La Motte Fénelon, en su Carta a la Academia Francesa, de 1714, compara la simplicidad de la arquitectura griega con la gótica, y asigna a la segunda el diseño inarmónico y estrafalario y la ornamentación exagerada. Para Montesquieu, que escribió un Ensayo sobre el estilo gótico y un Ensayo sobre el gusto, «gótico» equivale a ignorante de las reglas del arte, bárbaro e, incluso, partidario del adorno excesivo y extravagante. Charles de Brosses, en su Viaje a Italia, para rematar su disgusto ante la catedral de Milán, escribe lisa y llanamente que «es de estilo gótico». En España, el término tuvo asimismo un marcado significado despectivo. Quevedo calificaba a una mujer de «tarasca, muy gótica de narices» en el Libro de todas las cosas. Leandro Moratín, en su Viaje de Italia, identificaba «el goticismo, la presunción y la ignorancia». Manuel José Quintana llamaba «gótica» a la Teología Escolástica, y Bartolomé José Gallardo, a la monarquía absoluta. En la Europa del siglo XVIII se consideraban «prejuicios góticos» las ideas tradicionales y reaccionarias.

De todo ello se deduce que «gótico» fue, en el Siglo de las Luces, sinónimo de bárbaro, primitivo, estrafalario y carente de las características propias de la belleza, la razón, la educación y los buenos modales. El desprecio del siglo XVIII por el Gótico se extendía, naturalmente, a la Edad Media como época «oscura», de ignorancia, barbarie y violencia, y de sumisión al feudalismo.

De la novela «gótica» nos interesa especialmente el representante de lo terrorífico moral, el «villano gótico»: es cruel y lujurioso y ejerce sin límites su poder. Se deleita en el asesinato, la tortura y los abusos sexuales. Su espacio geográfico suele ser un territorio o país lejano, misterioso, primitivo y exótico. La víctima predilecta de su vesania y su deseo es una mujer candorosa, encerrada en un lugar aislado, desconocido e inaccesible, amenazada por la muerte, la tortura y toda clase de violencia, incluso la sexual, aterrorizada por fantasmas, cadáveres y misterios, o por rayos y truenos, errante y sepultada en laberintos, pasadizos, mazmorras, osarios o criptas, huyendo a través de espesos bosques o senderos estrechísimos al borde de torrentes o precipicios. Lo terrorífico natural está representado por cavernas, despeñaderos, animales feroces, fuerzas desencadenadas de la Naturaleza; lo arquitectónico, por castillos, conventos, ruinas, laberintos, cementerios, habitaciones encantadas; un espacio que captura y digiere a sus víctimas en lugar deshabitado, edificado a gran altura, aislado por precipicios, torrentes o ríos no vadeables.

Bram Stoker escribió una «novela gótica» situada en época contemporánea, construyendo un protagonista heredero del «villano gótico», convertido en un vampiro seductor y sexualmente activo y atractivo, y proyectado sobre Vlad Tepes de Valaquia. Hemos de preguntarnos por la construcción de ese personaje, y por las fuentes y propósitos de su creador.

La novela de Polidori se ambienta en Londres, en cuyos salones aparece Lord Ruthven, bello pero de rostro cadavérico, cuya penetrante mirada hiela la sangre. El rico y joven Aubrey lo conoce y emprende con él el grand tour. En Roma, Aubrey previene a una condesa de que Ruthven intenta seducir a su inocente hija, por lo cual ambos se enemistan y separan. Aubrey llega a Atenas, donde conoce a una muchacha angelical que le habla de los vampiros, cuya descripción coincide con Lord Ruthven. El nombre de la muchacha, Ianthe, es el de la hija que Shelley tuvo de su primera esposa, Harriet Westbrook. Aubrey sale de excursión y, al regreso, lo sorprenden la noche y la tormenta; se refugia en una cabaña, en la que encuentra a Ianthe con las venas del cuello perforadas. Cuando, posteriormente, Lord Ruthven es herido por bandidos y muere, lo trasladan, como había pedido, a la cima de un monte para exponerlo a los rayos de la Luna, y entonces su cadáver se desvanece. El examen de su equipaje confirma que mató a Ianthe. Aubrey vuelve a Londres, y en la puesta de largo de su hermana aparece Ruthven resucitado. Aubrey pierde la razón, su hermana se promete a Ruthven y es su víctima; con la frase «Aubrey’s sister had glutted the thirst of a Vampyre!» concluye la novela, en la que el aristocrático villano gótico, el Byron de Caroline Lamb, se ha convertido en un vampiro, antecedente del conde de Stoker. Polidori añade a su vampiro un toque erótico, ya que prolonga su vida chupando no cualquier sangre humana, sino la de mujeres hermosas. Es tan destructor en la vida real, por su depravación, egoísmo y falta de escrúpulos, como en la sobrenatural como vampiro, y la historia se ha situado en la época y el entorno de sus lectores.

Charles Nodier puso en escena Le vampire en 1820, y Le monstre et le magicien en 1826: la primera, adaptación de la novela de Polidori, la segunda, de Frankenstein de Mary Shelley; tuvieron gran éxito al incorporar música y danza, según la fórmula del melodrama. Le vampire, con música de Alexandre Piccini, se estrenó en el teatro de la Porte-Saint-Martin de París el 13 de junio de 1820. Al alzarse el telón, la escena, en semioscuridad, descubría una gruta y multitud de ruinas y sepulcros, sobre uno de los cuales estaba tendida Miss Aubrey; un diálogo entre Ituriel, el Ángel de la Luna, y Óscar, el Genio del Matrimonio, describe las costumbres de los vampiros, entre ellas la de saciar su sed de sangre humana «sur la couche virginale et sur le berceau». Podríamos seguir con un Vampire de Eugène Scribe, estrenado asimismo en 1820; Infernaliana (1822) del mismo Nodier; La Guzla, selección de poemas líricos recogidos en Dalmacia, Bosnia, Croacia y Herzegovina de Prosper Mérimée (1827), sin olvidar a los vampiros femeninos: La novia de Corinto (1797) de Goethe, cuya «volupté funèbre» reprobó Madame de Staël en De L’Allemagne (1810); Lamia (1819) de John Keats; La morte amoureuse (1836) de Théophile Gautier; Carmilla (1872) de Joseph Sheridan Le Fanu. La frase más célebre de Drácula, «Los muertos viajan deprisa», procede del poema Lenore (1773) de Gottfried Bürger.

Adrián J. Sáez. "Los godos de Lope (poesía, épica, novela)". Janus. Estudios sobre el Siglo de Oro, 2021, 185-201.
Göran Rystad afirma que Suecia era "the Lutheran Spain".