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Lasse Westman: «Sång till en spansk stad» (1957)

El abuelo de Lasse Westman (1934-2021) fue el famoso arquitecto Carl Westman, que diseñó el ayuntamiento de Estocolmo así como una gran cantidad de villas en la Salsjöbaden de los Wallenberg, donde creció. Su padre, Ragnar, ingeniero, quería que su hijo también fuera arquitecto. Pero no, lo único que se le daba bien en la escuela era escribir. Así tenía que ser: poeta.

Fue así como debutó en la revista Vi de Konsum en mayo de 1957 con un «Sång till en spansk stad» («Canto a una ciudad española»), cuya última estrofa dice:

Ett sorl av röster vattnar torget
där vi står
Och från en blånande altan slår sången ut;
Vem är det som förvandlar rymden över oss
till ett bländande hav av ljus? 1

Westman fue un niño rico que se pasó la juventud de vagabundeo. Estando en Barcelona para cubrir una huelga fue detenido por la Guardia civil y desterrado de España de por vida. Westman se compró una segunda residencia en Villajoyosa.

  1. Un murmullo de voces riega la plaza
    donde estamos
    Y desde un balcón teñido de azul estalla la canción:
    ¿Quién es el que convierte el espacio sobre nosotros
    en un deslumbrante mar de luz?

Pabellón de Suecia en la Exposición de Barcelona (1929)

Editorial: Chocolates Eduardo Pi (1929) 11 x 7,5 cm, cartoncillo.

El pabellón fue obra de Classon. La Torre (Funkis) con su forma piramidal, salió en 1928 del aserradero de Örbyhus, Suecia, y fue transportada por mar hasta la Montaña de Montjuïc, Barcelona, en donde fue erigida en 1929.

Petición ciudadana «Reconstrucción de la Torre del Pabellón de Suecia» en el mismo lugar donde fue levantada durante la Exposición Internacional de 1929, en Montjuïc. El objetivo es lograr una réplica respetando la técnica original de su construcción en madera, fiel ejemplo del funcionalismo de la época, en sueco “funkis”.

Un sueco en Jerez (La bodega, 1905, de Blasco Ibáñez)

El empleado sueco en Jerez (cap. 1):

Dos empleados extranjeros, uno francés y otro sueco, eran tolerados como necesarios para la correspondencia extranjera; pero don Pablo les mostraba cierto despego, al uno por su falta de religiosidad y al otro por ser luterano. Los demás empleados, que eran españoles, vivían sujetos a la voluntad del jefe, cuidándose, más que de los trabajos de la oficina, de asistir a todas las ceremonias religiosas que organizaba don Pablo en la iglesia de los Padres Jesuitas.

La visita del agente comercial sueco (cap. 2):

Los Dupont tenían un viajante sueco, el mejor agente [propagandista] de su negocio. Colocaba miles y miles de botellas del vino de fuego que producía Marchamalo, en aquellos países septentrionales de noches casi eternas y días de pleno sol, que duran meses. El viajante, después de muchos años de servicios a la casa, había venido a España, pasando por Jerez, para conocer personalmente a los Dupont. Don Pablo había creído indispensable el invitarlo a comer con su familia.

Horrible tormento el que sufrió su madre ante aquel desconocido, enorme de cuerpo, rojo y hablador, con esa alegría infantil de los hombres del Norte cuando se ponen en contacto con el sol y los vinos de los países cálidos.

Doña Elvira acogía con una sonrisa traidora su charla incesante en un español trabajoso; los gritos de asombro que le arrancaba el haber visto tantas iglesias, tantos frailes y curas, tantos mendigos, los campos cultivados como en los tiempos prehistóricos, las costumbres bárbaras y pintorescas, las plazas de ciertas poblaciones llenas de hombres con los brazos cruzados y el cigarrillo en la boca, esperando que fuesen a alquilarles.

Dupont tosía fingiéndose distraído como si no oyese al huésped, mientras su madre seguía con asombro los estragos que hacía el forastero en los platos. ¡Qué manera de comer! Aquello no podía hacerlo un cristiano. Además, era rojo, como Luzbel y Judas, el color de todos los enemigos de Dios, y su cara inflamada, de ogro en plena digestión, le hacía recordar las de los malos espíritus que gesticulaban horrorosos en las láminas de su devocionario. ¡Y tener que tratar herejes de esta clase, que se burlaban de un país cristiano porque aún conserva puros e intactos los recuerdos de tiempos más felices! ¡Verse obligada a sonreírle, porque era el mejor cliente de la casa!…

Cuando Dupont se lo llevó, terminada la comida, la señora hizo que los criados quitasen apresuradamente el cubierto, los vasos, todo lo que había servido al forastero, sin que ella se atreviese a tocarlo. ¡Que jamás volviese a ver aquello en la mesa! El negocio era una cosa y otra el alma, que debía conservarse limpia de todo contacto impuro. Y al volver los criados al comedor vieron a doña Elvira, con la pililla de agua bendita de su dormitorio, rociando apresuradamente la silla en que se había sentado el ogro rojo e impío.

Arvid Fougstedt en España (1916-1919)

«Estación española» (Ávila) (1919) de Arvid Fougstedt (1888–1949). El pintor sueco Arvid Fougstedt (Estocolmo, 1888–1949) estuvo en España durante la Gran Guerra.

Había ido a París para estudiar en la Académie Colarossi con Christian Krohg como profesor (1908), y en la escuela de Henri Matisse (1910). Durante estos años parisinos tuvo la influencia clasicista de Jacques-Louis David, y estudió a los maestros del Renacimiento francés. En febrero de 1913 en París tuvo la oportunidad de admirar la exposición «David et ses élèves«, que lo orientó hacia el clasicismo. Lo marcó enormemente Pascin y sus líneas finas.

En febrero de 1914 se le permitió alquilar el antiguo estudio de Pascin, en el número 3 de la rue Joseph Bara. Allí, durante la guerra, nació su hijo Erik, a quien el padre retrató al óleo en 1928, Erik como Joseph Bara. Ahí fue donde maduró su estilo al que llamó den nya sakligheten («el nuevo prosaísmo»).

Durante la Gran Guerra participó en un concurso estatal de premios »La guerra en imágenes». Produjo doce acuarelas aceptadas y bien pagadas; se imprimieron como postales y se difundieron como propaganda, principalmente en Estados Unidos.

En 1916 recibió el encargo de pintar en Madrid el tríptico del altar de Memling que está en el Museo del Prado, algo que también influyó en su estilo. El niño Jesús desnudo le parecía una encarnación estética de su propio hijo Erik, de 6 meses. El hijo siguió siendo a lo largo de los años un motivo siempre recurrente.

En marzo de 1917, dejó París con su familia y viajó por Suiza y Alemania hasta Estocolmo. Su estilo había alcanzado una síntesis del Imperio francés, el cubismo, el Renacimiento alemán y el Renacimiento holandés. En su primera exposición en Estocolmo en febrero de 1919, mostró, entre otras cosas, el óleo »Ingres en el taller de David» (1918) 1

«Músicos callejeros españoles», de Arvid Fougstedt (1888–1949). A partir de un dibujo de 1917 que se conserva en el Moderna muséet de Estocolmo.

Más obra
Baile español (París, 1914)
Baile español (París, 1914)
Gerda och Erik (29.05. 1916, su mujer e hijo)
Tipos de Madrid (7.06.1916)
Calle de Madrid
Madrid / Barbería española (1929)
Escenas de toros 1
2, 3
Motivo callejero
Tipos de la calle de Alcalá

Los papeles de AF están en el Arken de la Biblioteca Nacional. En el Museo de Arte Moderno de Estocolmo se conserva buena parte de su obra: MME

  1. La naturaleza programática de la composición estaba lista para que Pär Lagerkvist la apreciara críticamente. La pintura de F destaca las famosas palabras de Ingres: »El dibujo es la honestidad del arte». La pintura es conocida como un símbolo del neoclasicismo sueco del siglo XX. En 1923, F interpretó una composición más elegante »Ingres en el estudio de David. II».

José de Orueta: Memorias de un bilbaíno (1870 a 1900)

Memorias de un bilbaíno, 1870 a 1900 / José de Orueta. San Sebastián : Nueva Editorial, 1929. Orueta repasa algunas familias noruegas que se instalaron como colonia comercial en Bilbao. Es muy interesante desde una perspectiva imagológica.

En noruegos y suecos también hemos tenido colonia y, en gran parte, adaptada y fundida ya en Bilbao por sus enlaces. Don Hilario Lund fué de los primeros y más importantes noruegos que se estableció para el comercio de productos de su país, madera y bacalao, tomando su casa grandes vuelos y con resultado. Don Hilario fué un señor alto, rubio y bondadoso, tipo clásico escandinavo y que, expansivo y generoso, se captó siempre las simpatías generales; fué muy amigo de don Emilio Castelar, a quien tenía en admiración. Casado con una señorita buenísima, íntima amiga de mi madre, doña Juana de Ugarte, tuvo una descendencia con sello escandinavo, toda ella inconfundible. Su hijo mayor, Hilario, fué amigo íntimo nuestro y queridísimo. Una noche de Navidad, en ¡os tiempos de nuestras capillas, después de cantar ¡a misa dei gallo en los Carmelitas de Begoña, bajamos a Bilbao; alguien tenía un silbo o una ocarina y a la una y media de la madrugada se nos ocurrió bailar un aurresku en la plaza de Santiago. En ello estábamos cuando, del fondo de la noche brumosa y de la calle Bidebarrieta, vimos atravesar, a escape, una camilla cubierta, llevada en hombros, y varias personas apresuradas detrás, en dirección a Achuri. Alguien se destacó de nuestro grupo y, preguntando, supimos por él que un dependiente de casa de Lund, herido en accidente, era conducido al Hospital Civil. A! dfa siguiente supimos toda la verdad. Hilarlo, nuestro querido amigo, después de una alegre cena de familia, festejada doblemente en su casa por recuerdo de un gran premio de lotería en igual fecha de ctro año, había sido victima de un accidente mortal, nunca bien explicado en sus causas.
Para todos nosotros, que ¡e queríamos entrañabíemente, fué una gran pena y para la familia un golpe espantoso. El pobre don Hilario apenas levantó cabeza ya y se fueron con «Hilarito> todas sus alegrías y expansiones.

Otra hija, Juana, casó con nuestro querido amigo don Aniceto de Achúcarro, de quien ya se habla en otro lugar de este libro como médico y gran aficionado a la música, y su descendencia ha sido de frutos brillantes, sobresaliendo el malogrado doctor Nicolás Achucarro, de tan corta pero brillante historia en la medicina española; otra casó con Pedro Clausen, noruego también y que fué socio de la casa; y oíro hijo menor, Luis, a quien apenas tuve ocasión de tratar, vivió varios años después, dejando descendencia.

El señor don Pedro Clausen era también afable, fino y bondadoso, de gustos sencillos y familiares y tuvo amistad con don Otto Kreizner, el mismo alemán antes citado.

La de Mowinckel fué también oíra familia noruega interesante de esa colonia. La primera generación debió ser muy antigua; y al fijarse en Bilbao, algún otro hermano lo hizo en Santander, donde hubo otra rama dedicada también al mismo negocio del bacalao y la madera. Los padres murieron o marcharon a Noruega, no lo sé, y, mientras, la casa seguía en Bilbao. De los hijos, y de chicos, conocí a Gerardo y Conrado y a una muchacha hermana, algo mayor que ellos, preciosísima y que también llamaba la atención como belleza en Biarritz, en 1874, a donde emigraron durante el bombardeo.

Pasados algunos veinte años, los dos muchachos, recién casados, volvieron a Bilbao; primero, el uno y, luego, el otro a ponerse al frente de su casa. Conrado, que vino el primero, recuerdo nos dió a sus antiguos amigos y tos de su familia, una comida memorable, a la que asistió Pacho Gaminde, que era un entusiasta de Noruega.

Nos recibieron él y su esposa, que era una simpática muchacha noruega, llamada Elga, y, reunidos los invitados, que éramos diez o doce, pasamos a un gabinete inmediato al comedor, donde una
mesa llena de aperitivos del Norte hacía de prólogo. Platos de caviar, arenques, pescado ahumado y todo género de preparados picantes y fuertísimos se rociaban con aguardiente de Danzig, Ginebra, aguardiente ruso y ot^os explosivos, en los que su fuerza expansiva natural estaba aún reforzada con pimientas de todas partes, mostazas y amargos. Una buena sentada en la mesa del prólogo y
ya tirábamos humo al pasar ai comedor, donde con toda solemnidad nos sentábamos alrededor de una mesa, preciosamente adornada, y donde cada comensal tenía enfrente de sí unas doce copas de varios tamaños, formas y colores, como índice de la música que había de envolver la suculenta letra de aquel magnífico drama lírico. Unas sopas de cangrejos y rabo de buey, bien sabrosas y picantes también, para ponernos a tono, y luego… una serie de platos fuertes con otros de legumbres, salsas y adornos que no tenía fin y que, porno ser prolijo, diré solamente que duró en su sucesión tres horas
largas y que, seguramente, las boas, al prepararse para su sueno de
todo el invierno, no llegan con mucho a lo que para nosotros fué la
provisión de aquel día. Esto en la letra, en lo sólido; porque en la
música, en lo líquido, yo’no he visto en los días de mi vida nada parecido a lo que allí nos presentaron de beber los amos generosos de
aquella casa. Ya he dicho lo de las doce copas, todas llenas por turnos
y rellenas aun después del turno y en cuanto estaban vacías, pero
esto era lo de menos, pues esa era la pitanza voluntaria de cada
uno, encima de ia cual habfa la oficial y obligatoria y que consistía
en lo siguiente: Apenas ingerida la sopa, el dueño de la casa, después de una amable alocución, que empezaba y terminaba con el famoso Sckoll, tomó un enorme cuerno de búfalo o no sé qué otro
animal bovino y que hasta entonces estuvo sobre el aparador; este
cuerno tenía un aro de plata en su parte ancha extrema, donde estaban grabados los nombres y fecha de la boda de los anfitriones;
otro aro, como cintura, en el centro, daba apoyo a dos grandes
patas de ave, también de plata, y su punta, que se apoyaba en la
mesa forrada del mismo metal, hacían, para el conjunto, un apoyo
con el borde hacia arriba. Conrado descorchó dos botellas de champagne, con las que llenó el interior del cuerno y, después del Sckoll
final y del saludo, él y su mujer bebieron de él, pasándolo para igual
formalidad al primer invitado, haciendo lo mismo éste y, así, de
uno a uno, en ronda, hasta volver al dueño de la casa. Este bebía
otro trago, volvía a pasar y, así, durante toda la duración de la comida, siguió circulando sin cesar por la mesa el cuerno, con la sol?
intermitencia a que obligaba el volver a llenarlo cuando el interior se
vaciaba.
Es de advertir que, según la leyenda norteña, que allí se citó, la
felicidad de los cónyuges dependía de nuestra resistencia en aquel
trance y, por tanto, era imposible negarse a consumir turno, so pena
de grave descortesía. Toda la defensa posible era el pequeño retraso por ocupación bucal y el cerrar prudentemente los labios al levantar el cuerno y el codo con él.
Pacho decía que con aquello del cuerno más que borrachos llegaríamos a estar ahogados, pero que comprendía que para apagar lo
de los arenques y cangrejos con aguardiente, que decía le andaban
ya como cohetes en ¡a tripa, ya hacía falta aquella bomba muñidpai, que hacía, además, de pedal de órgano en la fiesta.
Después de la comida el café, los licores y de nuevo los aguardientes.
AI levantarnos, después de las tres horas, en la mesa del prólogo
y de los aperitivos de antes sendas filas de botellas de cerveza,
jarras y vasos, con o sin tapadera, nos esperaban hospitalarias, Invitándonos a aplacar la sed. Nos sentamos una hora más y al levantarnos, ya de noche, decía Pacho, en guasa, a todos que no se fueran, porque en Noruega, a donde él solía ir y por eso sabía, era de
muy mal gusto y estaba mal visto el no quedarse a cenar en la casa
en que ha sido uno invitado a comer. A pesar de ello, salimos, después de dar las gracias por tan espléndido banquete y ya entrenados
para viajes a Escandinavia.
Conrado y su señora pasaron tres o cuatro años y se fueron a
Noruega, viniendo a sustituirlos Gerardo, su hermano mayor, con
su señora, distinguidísima, sportiva, especialmente en náutica, y con
distinciones por ello del Rey de su país; y tan agradables y simpáticos los dos, como sus hermanos que les precedieron. Los frecuentamos bastante y se identificaron mucho con la vida de Bilbao, marchándose también a su país dos o tres años después y dejándonos
grato recuerdo.
Don Federico Langoor y su señora Rajna, director él de «La Compañía de Maderas*, fué también un matrimonio de noruegos, muy
simpáticos, finos y agradables. Vivían en la casa transportable de
madera, que antes he citado, en frente de la Salve y final de Uribitarte. Yo les traté algo, y conservo muy buen recuerdo, pero Pacho Gaminde era muy asiduo. Solía ir por las noches a hacer tertulia a su
casa y llegó a tener muy estrecha amistad. Los veranos los pasaban
en gran parte en Noruega y en una hermosa posesión dentro de un
precioso «fjord>, no lejos de Cristianía. Pacho fué varias veces con
ellos y a la vuelta nos contaba las maravillas y sus entusiasmos por
aquel país, donde «en verano no saben cuándo dormir las gallinas
porque es un día perpetuo, y en invierno, como todo es noche, hay
que cenar fres veces, jugar mucho al tresillo y dormir mucho>.

Conservo de él una preciosa enría de allí escrita y que firma «Calón*, nombre de un rico minero de entonces; costumbre que tenía en
casi todas sus carias y adoptando nombres variados de millonarios
y poderosos. En ella, y después de unas descripciones efusivas del
país, en donde según dice: «no sube ni baja la marea y no hay botas
viejas, ni galos muertos en la orilla y es todo una presfosidad»; se
extasía ante e! hecho de haber visitado la cárcel de Cristiania, toda
limpia y relucíeníe, y donde en aquel momento no había ningún preso, porque según él, «nadie meresía en el pueblo. |Ya ves qué felises/>, añade, y termina: «En este momento vengo de acompañarle a
Adscr una visita a Rajna, y mientras ella dentro de la casa visitaba,
yo he estado fuera paseando y comiéndome ¡a pared que era de frambuesas. jY pensar que nosotros creíamos que aquí no hay más que
bacalaol
»Adiós, recuerdos a todos esos. Pronto iré a tomar horchata y al
palco con vosotros. Tuyo, Calón*.
Otros noruegos, todos ellos muy agradables, hubo que yo apenas
conocí, dependientes de las casas de Lund y Mowinkell, que vivieron
muchos años y se hicieron bilbaínos ya de hecho; de entre ellos traté
y conocí a uno llamado Hans.
Y por último, los Suizos. Yo no conocí más que de vista a los
que de ordinario aparecían en los mostradores del café y pastelería
de su nombre y fundación; pero debieron ser éstos gente muy amable
y que tenía muchas simpatías y relaciones en Bilbao. En mi época,
Antonino Mayor era uno de los de su mayor intimidad y hacía con
ellos íertulia en repostería y cocinas. Si, como parece cierto, el café
de la Plaza Nueva lo fundaron en 1811, han sido varías las generaciones que han pasado por ahí, hasía los últimos que fueron sus poseedores. Son, por tanto, dignos de señalarse por su antigüedad y
su obra entre las colonias extranjeras en Bilbao.
El famoso y antiguo letrero pintado en lienzo, que aún se conserva en la entrada del café primitivo y por los arcos de la Plaza Nueva,
señala esa fecha, y era mofivo de admiración para nosotros, de chicos. Dos camareros con sendas palillas rubias, de gorra, frac cruzado, paníalón corto de seda, con sus mandiles delante, sostienen
con una mano el cartel y muestran con la otra al curioso el texto de

SU leyenda, escrito en caracteres italiano, primero; de cursiva inglesa,
luego, y góticos en la última línea, y que dice así:
Café Suizo y Pasteierfa
de M atossy y C o m pañía
fábrica de toda clase de licores
y venden vinos generosos
españoles y extranjeros.
A los lados de ambos camareros hay en una mesa, a la derecha,
algunos adminículos de servicio y, entre ellos, un pastel, montado en
forma de kiosco, con cuatro columnas, y en el otro lado, además de
unas copas y botellas de formas y colores atrayentes, una bandeja
con sendos helados o sorbetes blancos, cremas y rosas que surgen
de las copas en penachos rizados, que nos embobaban, haciéndonos
relamer de gusto al contemplarlos.
A juzgar por el letrero, los fundadores eran de una honradez exquisita. Hoy no se atrevería ningún establecimiento de su clase a
anunciar que fabrica sus licores, ni aun para convencernos que son
de confianza; y tienen que ser de Holanda, Escocia, Francia o el
Báltico, para ser, como exige la clientela, legítim os. Pero, además de
la honradez declarada, debieron ser de mucha probidad en cuanto
a las calidades y factura de todo cuanto vendían, que era superior.
Pronto les valió esto justa fama, y así, de este primer café bilbaíno,
se propagaron por toda España y, años después, no había capital de
provincia en ella sin su café Suizo correspondiente.
Más adelante, la razón social pasó a ser «Matossy, Fanconni y
Compañía», y aunque este segundo nombre, como el primero, son de
origen italiano, debió ser suizo también el nuevo socio y ‘ambos
de esa región fronteriza de cuatro naciones y que de antiguo tiene
fama de producir grandes hoteleros, restauradores y cafeteros.
y yo no sé si serán recuerdos ilusorios, pero puedo decir por mí,
que como aquellos Oporío, Moscatel, Málaga, y aquellos Anisete,
Rom y Cognac del Suizo viejo, no he vuelto a paladear más.
Recuerdo de un famoso Rom, en botellas redondas y bajas, que
cuando la fuerte grippe (dengue) de 1894-96, hizo furor como remedio infalible para reaccionar, traspirar y curarse después de un letar­
go encanfador. Y fambién, que en tal ocasión llevé una de ellas a un
Ingeniero alemán de Zorroza y amigo, a quien encontré muy postrado. Le dejé la famosa botella y al día siguiente me dijo que, después de vaciarla a tragos, había pasado la noche soñando que él era
una locomotora, con escapes de vapor por todas partes y hasta con
calor y silbidos apropiados, encontrándose después feliz y tranquilo
y complctamenfe curado.
En cuanto a la pastelería y bombones ya he hablado de ellos con
otros motivos y me relevo de más elogios, con sólo repetir que eran
excelentes.
Así, pues, e! café Suizo en Bilbao, con sus excelencias, llegó a ser
una institución. A su alrededor se agruparon luego el Club de Regatas y la Sociedad Bilbaína, que se servían, en gran parte, de su bodega y repostería. En su salón de arriba, adornado con columnas y
terciopelo rojo, se dieron bailes importantes; años más tarde jugaban sus famosas partidas de ajedrez Pepe Vitoria y mi padre político,
don Alejandro Rivero, tarareando éste sin parar, mientras, cl himno de
Riego, y siendo ambos dos ases de ese juego, entonces. En su billar
hubo sensacionales partidas de desafío entre grandes jugadores, y
además, toda nuestra generación pasó jugando por aquella mesa.
Hubiese sido, pues, imperdonable no citar a esta colonia suiza tan
interesante y cuya labor tanto arraigo tuvo en nuestra Villa.

Carmen de Burgos en Escandinavia (1915)

Carmen de Burgos (1867-1932) más conocida como Colombine, viajó por Escandinavia en 1914, poco antes del estallido de la Gran Guerra. Cf. Mis viajes por Europa: Suiza, Dinamarca, Suecia y Noruega. PDF

Cabe resaltar el interés de sus consideraciones sobre las artes y tradiciones nórdicas, tan desconocidas todavía en España, y que a lo largo de los capítulos dedicados a Dinamarca, Suecia y Noruega nos muestra con la perspicacia y el sentido propios de una mujer conocedora de las ideas estéticas de su tiempo, perfectamente válidas en su mayoría.

Selma Lagerlöf había recibido el Nobel en 1909, de modo que ya era conocida en España. Colombine lamenta que no ha podido verla porque estaba en Italia, y dice que la influencia del sur será beneficiosa para su obra.
V. H. de Sanz Calleja, 1915.

Carl Sam Åsberg (1888-1961)

Carl Samuel Åsberg (Gävle, 22 de octubre de 1888-Estocolmo, 7 de mayo de 1961) fue un escritor y traductor sueco. Åsberg trabajó en periódicos y revistas como Svenska Dagbladet, Stockholms-Tidningen y Vi. Era hijo del director Jonas Åsberg, fundador del astillero Hammarbyverken, y Kerstin Hillman. Estudió en Lund y Uppsala y fue asistente de biblioteca en Uppsala (1918-1919).

Åsberg estuvo casado con la cantante Helmi Wegelius-Åsberg (1893–1953).

En 1926 publica Placeres españoles: imágenes y estados de ánimo de España (Spanska nöjen, 1926; con ilustraciones de Bertil Damm. Mi ejemplar lleva una dedicatoria del autor para P. Lindroth, fechada en Estocolmo, våren 1930):

Och om mitt liv blev blott en dröm, som ingen lände till beröm, och om min styrka är en «usel karaktär» – så tänker jag: Låt gå! Låt gå! Det är kan hända bäst som så! De dansa väl, de dansa väl i Spanien ändå! [Y si mi vida se convirtió en solo un sueño, que nadie elogió, y si mi fuerza es un «carácter pésimo», entonces pienso: ¡Déjalo ir! ¡Déjalo ir! ¡Es mejor así! ¡Bailan bien, bailan bien en España de todos modos!]

En 1948 Åsberg vivió en España, pero luego regresó a Suecia.

Aguéli en España (1916-1917)


Ivan Aguéli (nacido John Gustaf Agelii) (Sala, 24 de mayo de 1869-Barcelona, 1 de octubre de 1917) fue un pintor sueco que murió en Barcelona. Su particular estilo le hizo uno de los fundadores del movimiento de arte contemporáneo sueco.

Bajo la sospecha de que era un espía otomano fue expulsado de Egipto por las autoridades coloniales británicas en 1916. El 18 de febrero de 1916 escribe el cónsul general de Suecia en El Cairo al Ministerio de AE:

Aguéli har i dag avrest från Port Said till Barcelona å ett spanskt ångfartyg, vartill de militära myndigheterna betalat plats i andra klass och dessutom givit honom 75 francs i respengar. Jag försträckte honom likaledes 150 francs på det han ej skulle befinna sig medellös vid landstigningen.

A partir de febrero de 1916 Aguéli está en Barcelona y carece de dinero para regresar a Suecia. Inicia un período muy creativo de su arte ya que se siente muy bien en España, según se ve en sus cartas. No sabemos si estuvo en Murcia, donde quería ir para conocer la tierra de su admirado Ibn Arabi. Escribe a su amigo residente en París Knut Åkeberg, que lo ayuda económicamente:

Adoro España. Me siento mejor aquí que en cualquier otro lugar de Europa. Claro que no dejo de anhelar Oriente, por supuesto. La mezcla del opio con las mezquitas y los antiguos manuscritos árabes es imposible en Occidente.[…] YHe vuelto a ser un niño aquí en Cataluña, y he puesto un pie como empecé en Gotland hace 27 años.

Se le prohibió pintar en el exterior, ya que se podía sospechar que fuera un espía

La última carta la fecha el 11 de septiembre de 1917.

El 1 de octubre de 1917 fue muerto por un tren en un cruce ferroviario en la localidad de Hospitalet de Llobregat en las afueras de Barcelona. Después de la muerte de Aguéli, el príncipe Eugén Bernadotte, que era conocido como patrocinador de artistas, se ocupó de hacer regresar sus pinturas y sus pertenencias a Suecia.

Los restos de Aguéli permanecieron en Barcelona hasta 1981, cuando fue llevado de vuelta a Suecia y re-enterrado con ritos islámicos en su ciudad natal de Sala. El Museo Aguéli en Sala cuenta con la mayor colección de sus obras de arte, donadas por el conocido médico de Sala Carl Friberg al Museo Nacional.

Sigge Jernmark y Ninni Billing en Granada (1922)

[Ninni en 1908]

Sigge Jernmark (Gotemburgo, 1887-1982) y Ninni Billing (Gotemburgo, 14 de octubre de 1888-Granada, 23 de mayo de 1922) eran dos artistas suecos que vivieron una historia de amor y muerte en Granada en 1922. Llegaron tras visitar París, Madrid, Toledo y Córdoba, entre otros. La inesperada muerte de Ninni (tifus, con 33 años), que está enterrada en el cementerio de San José de la Alhambra, marca la estancia.

Se conserva el cuaderno de Granada de Sigge Jernmark, escrito tan solo tres meses después de que ocurrieran los hechos. Es un documento histórico único, ricamente ilustrado con bocetos del propio autor.

Cinco semanas en Granada es una ficción basada en hechos e investigaciones en torno a este hecho. Es obra del sueco-español Mats Andrés Björkman (Málaga, 1966), redactor jefe del periódico local sueco Sydkusten. También colabora con Sveriges Radio, entre otros.

En el relato de Jernmark se dice que se alojaron en el Hotel Victoriano, en la calle «Mendera nr 1». No existe ninguna calle Mendera. El hotel estaba en la calle Navas, que era Méndez Nuñez, 24 en 1922. Conocen a otro pintor sueco, herr Waldner och hans tyskfödda fru. De traductor les hacía un caballero franco-español, el Señor Verbal. Su padre era francés, su madre española. Con el tiempo se convirtió en nuestro intérprete oficial y, durante los peores momentos, también en mi mejor consolador.

Genom iakttagelser och genom Verbal fick jag en god inblick i spanjorernas liv, seder och tankesätt. De ha många drag som äro oss fullkomligt främmande, men å andra sidan äga de egenskaper som man absolut måste beundra. Om de icke hade kyrkans järnnäve som vilar tungt över landet, skulle de med sin intelligens och smak hava stått mycket högre.
Av 18 miljoner människor kan endast en miljon läsa och skriva. Det är inte bra att veta för mycket, säger kyrkan. Ju större okunnighet ju mera vidskepelse och lätthet för kyrkan att styra dem efter sin vilja. På gatorna får man se folk sitta och läsa tidningarna högt för en lyssnande skara. Här och där har en skriftkunnig ett schapp, där han för andra avfattar och skriver brev samt läser mottagna. Det är ju nästan medeltid.

Ninni Billing nació en Gotemburgo (Masthugget) en 1888. Fue artista y, como muchos de sus compañeros, escuchó hablar de los «motivos» españoles. Sin embargo, primero viajó a París, la meca de los artistas, para continuar sus estudios. Escribió a su casa y contó que vivía en un apartamento junto con una amiga y que también alquilaron un piano, lo que demuestra que ella también tenía talento musical. También pide dinero para pinturas y pinceles. Al igual que todos los demás artistas, obviamente vivió una existencia pobre con amor por el arte.

A su muerte, no se pudo permitir la repatriación a Suecia debido al riesgo de infección. Las disposiciones eran que debían pasar al menos cinco años antes de que se aprobara tal transferencia. De esta forma, su tumba quedó en Granada.

El prometido de Ninni Billing, Sigge Jernmark, murió en 1982. Nació en Gotemburgo en 1887 y estudió arte tanto en Gotemburgo como en Estocolmo antes de irse a París en 1921. El viaje continuó luego a Italia y España. Regresó a Suecia en 1923 (el año posterior a la muerte de Ninni Billing). Ha decorado varios restaurantes en Gotemburgo como Lejonet, Franska Värdshuset, Henriksberg y St. Erik. Jernmark ayudó a crear la asociación de artistas y la revista «Palette». Dedicó gran parte de su vida a pintar motivos de Gotemburgo, que serán de gran valor para los futuros investigadores de Gotemburgo. Está ampliamente representado en el museo histórico de Gotemburgo, el museo de arte de Gotemburgo y el Museo Marítimo.

Egron Lundgren: «En målares anteckningar» (1870)

Egron Lundgren: En målares anteckningar. Utdrag ur dagböcker och bref. Italien och Spanien («Notas de un pintor. Extractos de diarios y cartas. Italia y España»). Stockholm: Norstedt. 1870, vol. I. Introducción de Karl Asplund. Este «travelogue» es de gran interés. Se trata de un cuaderno de su primer viaje a España (1849-1853).

Spanjorska med solfjäder. Dibujo a lápiz. Sin firmar. 22,5 x 29 cm. Se está subastando en 2013 por 3.000 coronas suecas.

En 1849 Lundgren estaba en Roma. En vez de volver a Suecia decidió entrar en España por Barcelona. Después pasó a Granada (lo que habría que ver en contraste con Granada, la bella de Ganivet) y llegó a Sevilla en agosto de 1849. Estuvo en Sevilla hasta 1853.

Indice: Paris (1839-1841); Från Paris till Rom (1841); Rom (1841-1842); Neapel, Florens, Venedig (1842); Rom (1842-1845); Rom och Neapel (1846-1849); Spanien: Barcelona och Valencia (1849); Malaga, Granada (1849); Alhambra (1849); Alpujarras (1849); Sierra Nevada. Från Granada till Sevilla (1849); Sevilla (1849); Triana (1849); Sevilla (1850); Från Sevilla till Madrid; Madrid; Toledo, Cuenca, Valencia.

Vilande spansk flicka. Dibujo a lápiz. Con firma o inscripción "EL" en el ángulo inferior derecho. Certificado por C. U. Palma. 21 x 21 cm. Ciertamente ejecutado durante el tiempo de Lundgren en Sevilla 1849-53: “Durante este tiempo sevillano, hay toda una larga danza de bellezas españolas de diecisiete años a través de las acuarelas, dibujos y apuntes de Egron Lundgren. […] Esta es una fuente de inspiración para el arte figurativo de Egron Lundgren en Sevilla. Es la vida gitana» (Karl Asplund, Egron Lundgren, 1 (1914) p. 114).

Volvió a España en 1857, en 1862-1863. Volvió a Sevilla en el invierno de 1867.