Jardín de flores curiosas (1579) de Antonio de Torquemada (Coloquio V)

Ballester Rodríguez, Mateo. «Escandinavia en la España de los Austrias: de terra incognita a parte integrante de la sociedad europea». eHumanista: Journal of Iberian Studies, 26, 2014, 627-651.

TRATADO QUINTO
Que trata de las tierras septentrionales que están debajo del polo ártico, y del crecer y descrecer de los días y las noches, hasta venir a ser de seis meses, y cómo sale el sol y se pone diferentemente que a nosotros, con otras cosas curiosas.

LUIS. Pues el tiempo nos sobra, y el lugar donde nos hallamos es tan aparejado para pasarlo en buena conversación, justo será, señor Antonio, que. cumpláis con nosotros la palabra que nos habéis dado en las conversaciones pasadas de declararnos algunas dudas que entonces se tocaron y quedaron suspensas para cuando tornásemos a juntarnos; que, cierto, yo estoy con muy gran deseo de entenderlas, y principalmente las que tocan en la geografía y cosmografía; porque es tan poco lo que entiendo, así del mundo como de las
cosas de él, que estimaría en mucho tener noticia de algunas, para poder hablar en ellas; y
digo esto, porque dijisteis que habían burlado ciertos gentiles hombres de que habíais
dicho que había parte en el mundo donde los días tenían y ocupaban el medio año, siendo
un solo día, y que las noches eran de la misma manera; y para mí es cosa tan nueva, a lo
menos que ya que se entienda ser así, que sea en parte donde la tierra esté habitada y haya
testigos de ello, que no dejo de maravillarme. Y así, será muy gran merced la que me
haréis en declararlo, para que más particularmente y por razones bastantes las
entendamos.
BERNARDO. Ganado me habéis por la mano en eso que pedís; porque es verdad que yo
venía con la misma determinación y propósito; que no será esta materia para que se pueda decir que pasamos mal el día ni dejamos de emplearlo en cosa de mucho gusto;
pues que no pudiendo ver ni andar el mundo, entenderemos las particularidades que en él
hubiere, a lo menos, aquellas que deseamos, pues el señor Antonio nos sabrá dar tan
buena razón de ellas.
ANTONIO. Yo quisiera, señores, que se os olvidara y no me obligarais a meterme en un
piélago tan hondo, donde no sé si quedaré al mejor tiempo anegado, o si podré salir de él;
porque, para poder decir y declarar una particularidad, por fuerza han de ir entretejidas y
encadenadas unas de otras, y como eslabones, harán la plática y conversación muy larga;
y si me prometéis de contentaros con lo que supiere y dijere, probaré adónde podré llegar,
y si no, lo dejaré luego; y aun creo que sería lo más acertado, por no quererme mostrar
astrólogo y filósofo y cosmógrafo, sin tener parte ninguna de estas ciencias.
BERNARDO. Aquí no os pedimos más de lo que supiereis, que por poco que sea, será
más de lo que nosotros sabemos; y pues tenéis los oyentes tan propicios, no será justo que
os excuséis tanto, que al fin, aunque no queráis, os habemos de hacer fuerza.
ANTONIO. Si así ha de ser, mejor será hacerlo de buena voluntad; y aunque yo no
trataré sino
solamente lo que toca a la parte de la tierra que está hacia el Septentrión, porque ésta es la
que hace a nuestro propósito principalmente, no podré dejar de tocar también en otras que
serán necesarias, para que mejor podamos entender lo que dijéremos; y esto será con tan
gran dificultad, que con mucha razón diré lo mismo que dice Pomponio Mela, cuyas
palabras son: «Comienzo a decir el sitio del universo, obra cierto embarazada y en
ninguna manera capaz de mi lengua y facundia, porque consta de gentes y lugares». Y
así, será una materia más larga que benigna; y no quiero que me tengáis ni penséis de mí
que me quiero tener por tan gran arrogante que quiera atribuirme a mí mismo ninguna
cosa de lo que dijere, pues todas serán ajenas y escritas por muchos autores, así antiguos
como modernos, que en fin ninguna cosa se podrá decir que antes no esté dicha; y así lo
confiesa Solino, diciendo: «¿Qué cosa podrá ser nuestra propia como ninguna haya
dejado la inteligencia de la antigüedad que haya quedado hasta nuestro tiempo sin
tratarse?» Y no pensaré yo que haré poco en referiros las razones y opiniones de los que
hallare, que pueden declararos lo que pretendéis saber de esta parte de tierra, los cuales
van tan diferentes y por tan diversos caminos, que ninguna confusión puede ser mayor; y
no quiero maravillarme de ello, ni de que dejen de atinar y acertar en muchas cosas del
mundo que están remotas y apartadas en gran cantidad de leguas de tierra, habiendo de
por medio tan grandes montes y valles, peñascos y tierras y ríos, sirtes y mares, desiertos
inhabitables y otras cosas peligrosas, que nos embarazan a poder dar testimonio y
verdadera fe de ellas, pues que estando en España, parte de Europa, que según todos los
que algo saben de geografía es la menor parte de las tres de la tierra, no hay ninguno que
con verdad pueda decir que sabe adónde se acaba ni fenece Europa, ni que con razones
suficientes dé testimonio de ello, sino que siguen la opinión de los antiguos, que lo
trataron conforme a su voluntad y como quisieron. Porque todos los que han escrito,
llegando a poner los términos de Europa por la parte del Septentrión, se contentan con
decir que son el río Tanais y la laguna Meotis, y algunos señalan también a los montes
Rifeos, sin entenderlo ni alegar causa; y los que esto dicen no tratan de la tierra que se alarga y va siguiendo por la costa de la mar a la mano siniestra hacia el Occidente y
también por dentro de la misma tierra, pasando el reino de Noruega y otras muchas
provincias y reinos. Porque ni saben qué tierra es, ni dónde va a parar, o en qué parte
tiene fin, ni adónde se torna a juntar con la tierra de que tienen noticia; y ésta no se puede
atribuir a la parte de Europa, pues va continuándose y siguiendo los términos de ella.
LUIS. Según esto, bien podrá que se engañen los que dicen que Europa es la menor parte
de las tres divididas; aunque también de la otra parte de los términos de Asia no deja de
haber tierra que tampoco es conocida.
ANTONIO. Vos tenéis muy gran razón, pues que la tierra que digo se va extendiendo, a
lo menos, por el Occidente volviendo al Septentrión hasta ponerse debajo del Polo Ártico
o Norte, que es el que nosotros acá vemos, y de allí adelante no sabemos lo que se
extiende de la otra parte, que por ventura debe ser mucho más. Pero dejemos esto para
adelante, que yo lo declararé más particularmente, y volvamos a tratar algunos principios
y fundamentos que son necesarios para caer con más facilidad en la cuenta de lo que se
ha de decir. Porque si lo hubiésemos de traer todo, sería referir aquí toda la astrología y
cosmografía del mundo, y así, dejaremos de decir qué cosa es esfera; y de la manera que
se entiende que la tierra es centro del mundo; y cómo se ha de entender el centro de la
misma tierra; y sin esto, otras muchas cosas tocantes a la misma materia. Solamente diré
las que no pueden excusarse; y lo primero es que todos los astrólogos y cosmógrafos
dividen el cielo en cinco zonas, que son cinco partes o cinco cintas, y conforme a ellas, se
divide también la tierra en otras cinco partes. La una tiene en medio al Polo Ártico, que
es el que nosotros vemos. La otra tiene al Antártico, que es el que está de la otra parte
contraria en el cielo. Estos polos son como ejes sobre que se rodea el cielo, estando ellos
siempre en un mismo lugar; y la del medio es la que llamamos tórrida zona, y de las otras
dos colaterales, la una está entre ella y el Polo Ártico, que es lo que nosotros habitamos,
en la cual tiene su sitio Asia, África y Europa, y hasta nuestros tiempos nunca se supo y
entendió que ninguna de las otras zonas o partes de la tierra fuesen habitadas; y así lo
dice Ovidio en el Metamorfoseos, que como dividen el cielo en cinco zonas, dos a la
mano derecha, dos a la siniestra, y la del medio que arde más que todas, así, la
Providencia divina dividió la tierra en otras cinco partes, de las cuales la de en medio no
se puede habitar por el gran calor, y las dos postreras por el demasiado frío. Esta opinión
tiene Macrobio en el segundo libro del Sueño de Escipión, y Virgilio en las Geórgicas, y
los más de los autores antiguos o casi todos. Y así, no hay para qué referirlos, aunque en
nuestros tiempos por experiencia habemos ya visto y entendido lo contrario en lo de la
tórrida zona, pues es tan habitable como cualquiera de las otras, y se pasa cada día por
debajo de ella de una parte a otra, como ayer lo tratábamos. Y cierto, la ignorancia de los
antiguos debió ser muy grande, pues que ignoraron que Arabia feliz, la Etiopía, la costa
de Guinea, Calicud, Malaca, la Taprobana y Elgatigara, y otras muchas tierras de que
entonces se tenía noticia, estaban debajo de la tórrida zona, siendo una cosa tan clara y
notoria, que no entiendo cómo pudieron engañarse, y no solamente ellos, sino que
también los modernos, aunque por una parte lo confiesan, por otra parece que lo están
dudando, como se ve por la Cosmografía de Pedro Apiano, vista y corregida por Gemina
Frigio, varón en esta ciencia muy estimado, que dice: «Las cinco zonas del cielo
constituyen otras tantas partes en la tierra, de las cuales las dos postreras, por causa del gran frío, apenas son habitables; la tercera en medio de las cinco, por el común discurso
del sol y los rayos perpendiculares, es una parte quemada, y que por razón parece que ha
de ser mal y dificultosamente habitada.» Y el Comendador Griego, varón muy docto y
estimado en nuestra España, en la glosa que hizo sobre Las trescientas de Juan de Mena,
se engañó en sustentar esta opinión antigua, cuyas palabras son: «Los Matemáticos
dividen la tierra en cinco zonas, de las cuales las dos postreras no son habitables por el
gran frío, y la del medio por el gran calor; las otras dos, que están entre las frías y la
caliente, porque participan del frío y del calor son templadas y habitables, y de estas dos
la una habitamos las gentes de quien tenemos noticia, y ésta se divide en África, Asia y
Europa. La otra zona habitan los que llamamos Antitones, de los cuales nunca tuvimos ni
tenemos in eternum conocimiento ninguno por la tórrida zona, que es inhabitable, y por el
gran calor que está entre ellos y nosotros; porque ni nosotros podemos pasar a ellos, ni
ellos a nosotros.» Y aunque el Comendador confiesa que hay Antitones que no se pueden
ver ni tratar, los antiguos, con tener la tórrida zona por inhabitable, dudaron de que de la
otra parte de ella pudiese haber gentes, pareciéndoles que desde la creación de Adán, que
nació en esta segunda zona del polo Ártico, ninguno había podido pasar por ella para
engendrar gentes de la otra parte. Y así, fue de esta opinión San Agustín, donde dice:
«Los que dicen fábulas de que hay antípodas, conviene a saber, hombres de la contraria
parte adonde nace el sol, cuando a nosotros se nos pone y con los pies contrarios de los
nuestros andar pisando la tierra, por ninguna razón se han de creer.» Lactancio Firmiano,
en el libro tercero de las Divinas instituciones, ríe y burla de los que hacen la tierra y el
agua cuerpo esférico y redondo, y en un hombre de tan gran prudencia y entendimiento
no sé cómo pudo caber un yerro e ignorancia tan grande, negando un principio tan
notorio de que todas las cosas apetecen el centro; porque le parece que si debajo de
nosotros estuviesen otros hombres, se caerían para abajo, y no refiero sus palabras por no
alargar tanto una materia tan notoria. También Sinforiano Campegio, después de haber
traído la opinión de Capela geómetra, que confiesa los Antípodas, burla de ella, diciendo
estas palabras: «Que hay algunos pueblos debajo de la tierra inferior que habiten en ella y
vean otro día y otra noche, los cuales llaman antípodas, el vano y loco parecer común ha
engendrado este error.» Y así, niegan haber antípodas ni ser el mundo a todas las zonas
de él habitables, constando tan a la clara lo contrario.
Plinio trata esta materia en el capítulo sesenta y cinco del segundo libro pero no se acaba
de determinar si hay Antípodas o no, ni se puede colegir de sus palabras qué de ellos
siente.
LUIS. ¿No nos diréis qué cosas son Antípodas, o a qué propósito habéis tratado este
vocablo?
ANTONIO. Yo os lo diré brevemente, aunque por lo que se ha dicho lo debierais de
haber entendido. Antípodas son los que están en la otra parte del mundo en contrario de
nosotros, de tal manera que los pies están en opósito, echando una línea que pase por el
centro de la tierra, que venga de los unos a los otros, así que los unos tienen la cabeza
para abajo, y los otros tienen la cabeza para arriba. Digo que esto es al parecer de los que
no lo entienden, que todos tienen la cabeza de una misma manera, para arriba. Porque
como todas las cosas de la tierra naturalmente apetecen y quieren ir hacia bajo a buscar el centro de la tierra, adonde quiera que esté un hombre, y en cualquier parte del mundo que
es redondo, o que esté en bajo de nosotros o que esté a los lados, está derecho hacia el
cielo y los pies en derecho del centro de la tierra; y como todos caeríamos en él, si se
diese caso que la tierra falleciese, así, no se puede decir que unos estén para abajo y otros
para arriba, que lo mismo que nosotros decimos de ellos, dirán ellos de nosotros,
maravillándose cómo nos podemos tener. Porque les parecerá que ellos están para arriba,
y nosotros para abajo; y los verdaderos Antípodas, como ya dije, son los que están en las
zonas contrarias; y así, los que están debajo de un polo y lo tienen por cenit, que es
aquella parte del cielo que tenemos derechamente sobre nuestras cabezas, tendrán por
antípodas a los del otro polo; y nosotros, en esta zona segunda, tenemos por antípodas a
los de la otra zona segunda de la otra parte de la tórrida zona. Y los que están en la misma
tórrida zona no pueden tener por verdaderos antípodas sino a los que estando los unos de
la una parte, vienen contrarios con los otros que están de la otra, en bajo de ellos o
encima de ellos, como cada uno lo quisiere entender.
BERNARDO. Bien he entendido lo que habéis dicho; pero los que estamos en esta zona,
pues es redonda y da vuelta por debajo de la tierra ¿cómo llamaremos a los que están
debajo de nosotros?, que al parecer han de estar casi del lado, pues que la línea que
echáremos de nosotros a ellos no viene a pasar por el centro de la tierra.
ANTONIO. A ésos llaman los cosmógrafos casi-antípodas, y por la manera que tienen
en estar diferentemente unos de otros, los nombran diferentemente por estos vocablos:
perioscoeos, antoscoeos, amphioscoeos, que son vocablos griegos, por donde declaran de
la manera que están. Perioscoeos son aquellos a quien las sombras andan alrededor, y
éstos, como adelante veréis, no pueden ser sino los que están debajo de los polos.
Amfioscoeos llamamos a los que tienen las sombras a una parte y a otra, que es hacia el
aquilón y hacia el austro, conforme a cómo se halla el sol con ellos. Eteroescoeos son los
que su sombra va siempre a una parte; pero como quiera que sea, este vocablo Antípodas
o Antítones es casi común a todos: porque basta que estén contrarios, aunque no tan
derechamente que se dejen de torcer para una parte o para otra. Esto se podrá entender
fácilmente si tomáis una naranja u otra fruta redonda e hincáis en ella algunas agujas por
todas partes, y allí veréis cómo están las puntas unas contra otras, que por diversas vías y
las que pasan por el centro de la misma naranja se pueden decir que están del todo
contrarias; y las otras, aunque lo son, están las unas ladeadas y otras más de lado, hasta
ponerse derechas las que van por el un lado, y también las que van por el otro; y por ser
esta materia tan notoria y todos saben ya ser todo el mundo habitable, y, siendo redondo,
que unos han de estar contrarios de otros, no hay para qué alargarme más en ella.
LUIS. No decís poco en decir que todo el mundo es habitable, porque dejando aparte que
diréis que esa generalidad se entiende en que en todas las partes del mundo hay
habitaciones, y que no obsta que haya desiertos y sierras y montañas que por algunas
causas particulares no se habitan, no podréis decir que las dos zonas postreras, en que se
contienen los polos ártico y antártico son habitadas, pues la opinión común de todos es en
contrario.

ANTONIO. Yo os confieso que todos los astrólogos y cosmógrafos y geógrafos antiguos
cuando hablan de estas dos zonas las llaman inhabitables; lo cual dicen que causa el gran
rigor y aspereza del frío, que es intensísimo en ellas, y que de esto causa estar más
apartadas del sol que las otras partes de la tierra; y así, Plinio, en el capítulo sesenta y
ocho del segundo libro, dice que el cielo es causa de quitarnos tres partes de la tierra,
conforme a las tres zonas inhabitables; porque así como la de en medio es quemada, así
las dos últimas son tan frías, que tienen en sí la helada que está blanqueando, y que no se
ve otra luz; y así hay en ellas una perpetua obscuridad. Y que la otra parte de la tierra que
está pasada la tórrida zona, aunque es templada como la nuestra, no es habitable, por no
haber por dónde pasar a ella. Y de aquí infiere que no hay otra parte en el mundo que se
habite ni donde haya gentes, si no es sola esta zona o parte de la tierra que nosotros
habitamos. Entre las dos zonas del polo ártico y la tórrida, por cierta opinión, bien fuera
de buen entendimiento y de toda razón para un autor tan grave, y para todos los otros que
le siguen, que no son pocos. Y lo que yo pretendo es mostraros muy a la clara que éstos
se engañaron en las zonas polares, como lo estuvieron engañados en lo de la tórrida zona;
porque como ésta se halla ser templada, y no con tan gran calor y ardor del sol como a
ellos les parecía, así, el frío de la zona polar no es tan intenso ni riguroso como lo juzgan;
antes se puede muy bien sufrir y pasar y habitar los hombres en aquellas regiones frías,
como lo hacen. Y para que mejor vengáis a caer en la cuenta de ello, sabed que los
antiguos, aunque fueron grandes cosmógrafos o geógrafos, que es lo que más hace a
nuestro caso, nunca supieron ni descubrieron tanto de la tierra como los modernos lo han
hecho, que han visto, andado y caminado y navegado tanto, que jamás supieron ni
entendieron tantas partidas, regiones y provincias como ahora se saben, no solamente en
lo que toca a las Indias Occidentales, las cuales dejaremos aparte, sino también en las
Orientales y a la parte del Septentrión; y si lo queréis ver, entended que Tolomeo es el
geógrafo más estimado y a quien se da mayor crédito en todo lo que escribió, y confiesa
ser ignorante de muchas tierras que ahora sabemos, a las cuales llama «no conocidas ni
descubiertas»; y así, la primera parte de Europa comienza en la isla de Ibernia, habiendo
otras más septentrionales que entran en la misma Europa, y asimismo mucha cantidad de
tierra firme que va por aquella parte hacia el polo ártico, de donde pudiera ser principio.
Y en la octava tabla de Europa, hablando de Sarmacia europea, dice que a una parte tiene
tierra no conocida; y en la tabla segunda de Asia, tratando de Sarmacia asiática, dice lo
mismo, no teniendo por descubierto todo lo que está delante entre estas dos provincias y
la mar por la vía del Norte. Lo mismo dice de Scytia en la séptima tabla de Asia, que a la
parte del Septentrión tiene tierra no conocida; y en la tercera tabla, que toda la parte de
los montes al septentrión es encubierta; y en llegando en la India a la tierra de la China,
no tiene noticia de lo que está de allí adelante hacia el oriente, habiendo tanta y tan gran
diversidad de tierras, provincias y reinos, que casi es otro tanto como lo que atrás queda.
Y cierto, Ptolomeo en lo que alcanzó, ninguno le ha igualado, y todos los antiguos y
modernos le siguen y tienen por el más verdadero geógrafo; aunque muchas veces se
engañó, como fue en decir que el mar índico es todo cerrado y apartado del Océano,
habiéndose después hallado que desde el Cabo de Buena Esperanza hasta Calicud hay
más de mil leguas de agua, habiendo de ser esto conforme a su opinión lo que quedase
rodeado de tierra.

También Estrabón, en el séptimo libro, dice: «Aquella región que vuelve hacia el aquilón
pertenece al mar Océano; porque son conocidos los que toman principio desde la salida
del río Reno hasta el río Albis, de los cuales los más celebrados son los Sugambios y los
Cimbros; pero aquella playa que mira del otro lado del río Albis a nosotros del todo nos
es encubierta y no conocida.» Y un poco más adelante torna a decir: «Los que quieren ir
al nacimiento del río Boristenes y a las partes de adonde nace el viento Boreas, toda esta
región manifiesta es por los climas y paralelos. Mas, qué tierra y gentes sean las que están
de la otra parte de Alemania, y en qué orden esté puesta, ahora se llamen Bastarnas, como
muchos piensan, o Intermedios o Lazigas, o Raxailos, u otros cualesquiera que usan las
cubiertas de los carros por techos de las casas, yo no lo sabría decir fácilmente, y si se
extiende hasta el Océano, o si por causa del rigor del frío sea inhabitable; o si hay otro
linaje de hombres entre la mar y los alemanes que están hacia la parte del poniente.» De
manera que por estas autoridades entenderéis que Estrabón no tenía noticia alguna,
siendo tan gran cosmógrafo, de todas las tierras que están de la otra parte de Alemania
hasta el septentrión o polo ártico; aunque habéis de entender que Alemania él la extiende
mucho más de lo que ahora nosotros lo hacemos, poniendo debajo de ella todas las
regiones que están hasta los Scitas. Y pues Estrabón lo ignoraba, no es mucho que otros
cosmógrafos también ignorasen lo que está en bajo de esta última zona; y no solamente
confiesa su ignorancia en estas partes, que también hablando de los Getas dice estas
palabras: «Hay unos montes que se extienden al Aquilón, hacia los Tirregetas, cuyos
términos y fin no los podemos decir.» Y así, por la ignorancia de estos lugares, los que
cuentan fábulas de los montes Hiperbóreos y Rifeos fueron dignos que sus palabras se
admitiesen; pero éstos déjense. Y también Piteas Marsiliense en aquellas cosas que del
mar Océano ha mentido; y si Sófocles alguna cosa dijo en sus versos trágicos de Oricia,
que fue llevada del viento Boreas sobre toda la mar y transportada a los fines de toda la
tierra y a las fuentes de la noche y a las alturas del cielo y al huerto muy viejo de Apolo,
también lo dejemos, y vengamos a lo que se sabe en nuestra edad.
BERNARDO. Bien a la clara da Estrabón a entender en estas autoridades la poca noticia
que tiene de las tierras que están hacia el septentrión y de la otra parte de los montes
Rifeos e Hiperbóreos; y, como decís, por estar aquella tierra inclusa en la última zona,
todos los antiguos la ignoraron; pero yo me maravillo mucho de que, habiendo pasado tan
largos tiempos antes de ellos, no hubiese alguno que tuviese alguna luz o claridad de su
engaño.
ANTONIO. Bien habéis dicho, que no ha faltado quien en alguna manera, aunque debajo
de duda, haya rastreado parte de la verdad. Y así, Plinio, que como poco ha dije, niega ser
habitada esta última zona, cuando viene a tratar de los montes Rifeos, y ya descubriendo
lo contrario de lo que ha dicho; porque torna a decir estas palabras: «Pasados los
Arimaspos, están luego los montes Rifeos, y con la continua caída de la nieve a
semejanza de plumas de una región llamada Pteroforos, la cual es una parte del mundo
dañada de la naturaleza de las cosas y metida en una obscuridad muy espesa, y no se
pueden poner estos montes, sino en un rigor de la obra de la misma naturaleza y en los
escondrijos y aposentos del Aquilón. Y de la otra parte de Aquilón, si lo creemos hay una
gente bienaventurada, a los cuales han llamado Hiperbóreos, los cuales viven un siglo de
muchos años y son celebrados con milagros fabulosos; allí se cree que están los quicios

del mundo y los extremos rodeos de las estrellas que andan alderredor, y con una sola luz
o un solo día del sol contrario, no como los pocos sabios dijeron desde la Equinoccial del
invierno hasta el otoño, sólo una vez en el año les nacen los soles en el solsticio, y en el
invierno sólo una vez se esconden. Es región abundante, con una dichosa templanza, y
carece de todo viento dañoso. A éstos los montes y los bosques les sirven de casas; el
culto de sus dioses hácenlo juntamente; no hay entre ellos discordia ni tienen
enfermedades; la muerte no les viene, hasta que, ya cansados de la vida, se dejan caer en
la mar desde unas peñas muy altas, y ésta tiene por la más bienaventurada sepultura.
Algunos hubo que pusieron a estos en la primera parte de Asia y no de Europa, porque
hay allí unos que se llaman Atacoros, semejantes a ellos; otros, los hicieron medios entre
el un sol y otro, que es el Occidente de los Antípodas y el Oriente nuestro; lo cual en
ninguna manera puede ser, por estar de por medio un mar tan ancho; los que los
constituyeron adonde no tienen más de una sola luz, dicen que siembran a la mañana y
siegan el pan a mediodía; y que cuando el sol se quiere esconder, cogen el fruto de los
árboles, y que en las noches se encierran en unas cuevas, y no hay que dudar de esta
gente, como haya tantos autores que hayan dicho que éstos solían enviar las primicias de
sus frutos al templo de Apolo en Delos, al cual principalmente adoraban; éstos traían
vírgenes que solían ser muy bien hospedadas y las tenían en veneración hasta que,
habiéndoles violado la fe, determinaron de ofrecerlas en los confines de sus tierras.» Esto
todo es de Plinio, que, como habéis visto, va trastabando en confesar y negar; porque dice
«si lo creemos», poniéndola en duda, y por otra parte toma a decir «no hay que dudar».
LUIS. Yo entendí siempre que los Hiperbóreos son aquellos que habitan encima de
aquellos montes que están en el fin de Asia, hacia la parte de Septentrión; y paréceme que
Plinio y los antiguos, que ignoraron lo que está más adelante de ellos, llaman también
Hiperbóreos a los que habitan de la otra parte, aunque sea muy gran cantidad de tierra,
pues llama por este nombre a los que están debajo del Polo Ártico, o de la otra parte del
mismo Polo.
ANTONIO. Así es; porque si estuvieran allí cerca, no tuviéremos tan poca noticia de
ellos como tenemos, y a la verdad, a lo que yo entiendo, debe de haber muy gran cantidad
de tierra desde los montes a las gentes que él nombra por este nombre; pero no me
maravillo de que en esto fuese, como dicen, a tiento, como lo hicieron todos los demás
que en aquel tiempo escribieron; y así, Solino, casi por estos mismos términos, trata esta
materia. Y aunque os parezca prolijidad, no dejaré también de decir lo mismo que él dice
primero; tratando de la tierra que está de la otra parte de los montes Rifeos, trae estas
palabras, hablando de los Arimaspos: «Encima de éstos y la altura Rifea hay una región
cubierta con las continuas nubes y heladas, tiene muy grandes alturas y es una parte del
mundo dañada y metida de la naturaleza en una nube de obscuridad en los escondrijos del
Aquilón, por donde es rigurosísima con el frío. Sola está entre todas las tierras; no conoce
todas las veces del tiempo ni del cielo ni recibe otra cosa sino un invierno y frío
sempiterno.» Y adelante, hablando en otro capítulo de los montes Hiperbóreos, dice:
«Una fábula era de los Hiperbóreos y un rumor que si algunas cosas de ellos vinieron a
nuestros oídos, con temeridad serían creídas; pero como autores muy aprobados y asaz
suficientes lo aprueban, con semejantes autoridades ninguno lo tenga por falso, y así,
hablaremos de ellos. Habitan de la otra parte del Ptereoforon, el cual habemos oído decir

que está de la otra parte del Aquilón. Es una gente muy bienaventurada, y algunos la
quieren situar más en Asia que en Europa, y otros la pusieron en medio de un sol y otro,
que es el Occidente de los Antípodas y el Oriente nuestro; la cual contradice la razón, por
haber un mar tan ancho, que corre entre estas dos redondeces y conforme a esto están en
Europa, cerca de las cuales se cree que están los quicios del mundo y los postreros rodeos
de las estrellas; tienen sola una luz. No faltan algunos que quieren decir que no hay allí
cada día sol como nosotros lo tenemos, sino que nace en el equinoccio del invierno y que
se pone en el otoño; y así, es el día continuo de seis meses y por otros seis continúa la
noche. En el cielo hay gran clemencia, y los vientos soplan muy saludablemente, y
ninguna cosa tienen dañosa. Los bosques son sus casas; en el día danles mantenimiento
los árboles; no sabe qué cosa es discordia ni les inquietan enfermedades; para la
inocencia todos tienen igual parecer; alléganse de buena voluntad a la muerte, y cuando
tarda, castíganla con matarse; y cuando están hartos de la vida, estando hartos de comer y
beber, se dejan caer de una muy alta peña en la profundidad del mar, y esta es entre ellos
la más estimada sepultura. Dícese que por vírgenes muy aprobadas enviaban a Apolo en
Delos las primicias, y que por la maldad de los huéspedes no volvían sin ser corrompidas,
por esta causa ahora las ofrecen dentro de sus términos.» Y Pomponio Mela, acabando de
tratar de Sarmacia y comenzando lo de Scitia, dice: «De ahí se siguen los confines de
Asia, y si no es adonde hay perpetuo invierno e intolerable frío, habitan los pueblos de
Scitia, los cuales casi todos se llaman Sagas; y en la ribera de Asia los primeros son los
Hiperbóreos sobre el Aquilón y los montes Rifeos, y están debajo del quicio de las
estrellas, adonde el sol, no cada día como a nosotros, sino naciendo en el Equinoccio del
invierno, se pone en el del otoño, y por esto el día y la noche son continuos de seis meses.
Es tierra muy templada y por sí fértil. Los habitadores, justísimos; y viven más larga edad
Y más bienaventuradamente que ningunos de los mortales.»
LUIS. Paréceme que estos tres autores van diciendo una misma cosa y casi por unas
mismas palabras, aunque difieren en que van siguiendo la habitación de estas gentes, uno
por los montes Rifeos y el otro por los Hiperbóreos, y debe de haber buena distancia de
los unos a los otros; y no quiero que paséis adelante sin que primero me declaréis estos
términos de Ptereoforon e Hiperbóreos, porque no los entendemos.
ANTONIO. Pteroforos en griego quiere decir región llena de plumas, porque allí es tan
grande la furia y fuerza de los vientos, que parece que siempre andan volando con alas, y
los pedazos de la nieve que cae son tantos y, tan grandes, que tienen semejanza con ellas.
Hiperbóreos quiere decir los que habitan de esta parte del viento Boreas, que es el que
nosotros llamamos cierzo, el cual parece que se engendra y nace de la frialdad de estos
montes, y ésta es la opinión de Diodoro Siculo, aunque Sexto Pompeyo dice que tienen
este nombre, que en griego significa: «gentes que pasan el común modo de vivir de los
otros hombres», porque viven muchos años. Y Macrobio, en el De somni Scipionis,
interpreta este vocablo diciendo que son gente que, entrando para adentro de la tierra,
pasaron de la otra parte del nacimiento del viento Boreas; y como quiera, va poco que sea
de una manera o de otra.
BERNARDO. Pasemos adelante, y decidnos, ya que estos autores y por ventura otros
que habrá con ellos van confesando haber tierras y provincias debajo de las zonas de los

polos que son habitadas, qué es lo que sienten de ello los modernos, y qué han visto y
descubierto más que los pasados.
ANTONIO. Los modernos, muy diferentemente lo tratan, aunque son pocos; porque
unas regiones tan ásperas y tan apartadas pocos las han visto ni podido pasar a ellas para
descubrir sus particularidades; aunque podremos decir que en ello se cumplió lo que dijo
Cristo que ninguna cosa hay encubierta que no venga a ser revelada. Y así, no han faltado
gentes curiosas que vengan a procurar y a verificar este secreto. Y antes que vengamos a
tratar de las particularidades de esta tierra, oíd lo que dice un autor llamado Jacobo
Ziglero, alemán, cuyas palabras son: «Los viejos, persuadidos de un pensamiento
desnudo, coligieron lo que podían declarar de aquellos lugares; lo cual hacían más
verdaderamente por la estimación del cielo, pareciéndoles que había extrema dificultad
en poderlo sufrir; porque los hombres que nacieron y conversaron en Egipto y Grecia
tomaron argumento de toda la tierra habitable para decir y afirmar que la que está debajo
de esta zona del Polo Ártico no es habitada, y para que se entienda que las tierras por
muy frías que sean no dejan de ser habitables trae por ejemplo la abundancia de los
metales y de la plata que en Suevia y en Noruega se crían, siendo provincias tan frías; y
de aquí toma argumento que el cielo en estas partes y en las otras, por frigidísimas que
sean, no deja de ser templado para que puedan ser habitables y de manera que se
conserva la vida en ellas por muy largo tiempo, teniendo mayor salud y mayor vigor para
conservarse como se ve en las gentes de estas tierras, lo cual no podría ser si el cielo no
fuese clementísimo para corregir el daño que el frío podría hacer. Y tratando más largo
esta materia, torna a decir: «Y no escribimos esto para que penséis que los que allí viven
pasan los inviernos como si fuesen de Etiopía o de Egipto, llevados allí repentinamente,
que éstos más sentirían el frío, lo cual se puede considerar del esparcimiento de los de la
tierra Babilonia; porque las gentes que caminaron hacia el Septentrión, no fueron luego a
penetrar hasta los fines extremos que en aquella parte tiene la tierra: antes hicieron sus
asientos en el medio; y como allí se compadeciesen a sufrir los fríos, poco a poco se
fueron metiendo más adentro, de manera que pudieron sustentarse con la frialdad, como
los que acá pasan del verano para el invierno, y así, pudieron tolerar la nieve y las
heladas. Y si alguna cosa quedó de aspereza en estos lugares, la naturaleza lo enmienda
con otras ayudas; porque en la mar hizo unas cuevas que van por debajo de las montañas
de la ribera donde se recoge el calor, tanto más intenso cuanto la frialdad es mayor. Y en
la tierra hizo valles contrarios al Septentrión, donde se amparen de los vientos y
frialdades. Y a los animales brutos vistiólos naturaleza de unos pelos tan espesos, que con
ellos pueden pasar el rigor del frío; y por esto los aforros de aquella tierra son más
preciosos que los de las otras.
BERNARDO. Bien habemos entendido todas esas opiniones y autoridades que habéis
alegado; pero no entendemos qué es lo que queréis inferir de ellas.
ANTONIO. Poco hay que entender, si miráis lo que tratamos al principio de las
opiniones de casi todos los autores y geógrafos antiguos; los cuales sintieron que las dos
zonas últimas de los polos no eran habitables por el grandísimo frío; y por lo que he
dicho y por lo que diré adelante, parece ser lo contrario; y así, iremos verificando que
nuestra Europa no es tan pequeña o la más pequeña parte de la tierra, como muchos
quieren que sea, pues no sabemos el fin que tiene, extendiéndose por una parte, siguiendo
toda la costa del mar que parece guiar hacia el Occidente, dando vuelta al Septentrión, y
por otra pasando y atravesando los montes Rifeos y siguiendo la misma tierra que va a
dar al Septentrión o debajo del mismo Polo Ártico.
LUIS. De la costa que decís que va hacia el Occidente he visto decir que no se puede
navegar, porque topan luego con la mar helada, y así, los navíos no pueden pasar
adelante, y si pasasen, se perderían.
ANTONIO. Por la razón que vos decís hay tanta costa de mar que, según todos los
cosmógrafos, no se navega; y de esto no dan tan buena razón ni tienen tanta experiencia
los antiguos como los modernos, aunque Gemma Frigio, autor no poco grave, también va
corto tratando esta materia; porque llegando a decir de las provincias de Curlandia y
Livonia, dice que son las postreras de Sarmacia, y que se extiende Livonia en gran
manera hacia el Septentrión y viene a juntarse con los Hiperbóreos, cuyos pueblos son los
Parigitas, los Carcotas, los cuales van siguiendo la parte del Septentrión, que pasan de la
otra parte del círculo Ártico; y que son regiones muy grandes y anchas, y que son
frigidísimas, y que los que las habitan son hombres muy bien dispuestos de cuerpo y muy
blancos de color, si no fuesen en alguna manera de poco entendimiento; y que allí hay
continuamente una helada apretada, así fuertemente, que sobre ella las gentes de caballo
pueden hacer sus guerras y batallas; y más aparejado es para esto entre ellos el invierno
que no el verano; y que casi conforme a estas regiones son Escamia y Dacia. Y un poco
más adelante, hablando de las provincias de Suecia, la cual llama Gocia Occidental, a
diferencia de otra que se nombra meridional, y de Noruega que por la costa del Occidente
se extiende hacia la isla de Tile y se ajusta con Grovelant y con Engrovelant, fuera del
círculo ártico, dice que están las provincias de Pilapia y Vilapia, las más frías de todas las
regiones, porque se llegan mucho al Polo Ártico; en las cuales dura un día por todo un
mes, y que aquella parte hasta hoy es ignota a las gentes; porque los hombres que habitan
en ella son muy malos y crueles y persiguen a los cristianos dentro en sus límites; y que
en aquella parte los espíritus malignos se ponen muchas veces en cuerpos formados de
aire delante de los ojos de los hombres, con una espantosa y terrible vista; y torna luego a
decir estas palabras: «En estas regiones, hacia el Occidente, se dice, aunque con incierto
lugar y asiento, que habitan los Pigmeos, que son hombres de un codo; pero la verdad de
esto es incierta, más de que una vez una nave de cuero, arrojada en la ribera, con la fuerza
de los vientos, fue tomada con estos Pigmeos.» Esto todo habéis de entender que lo dice
hablando de aquella costa, que, como digo, va por la parte occidental, y desde aquí todo
lo que vuelve, rodeando a la tierra hacia el Oriente, pasando aquella última zona, hasta
volver a dar en la nuestra, no se sabe, ni hay nao que lo haya caminado ni rodeado, ni
nación que pueda darnos noticia de ello; y esto es por la causa que habéis dicho de
tenerse opinión de aquella mar que es helada y no deja navegarse; y Gemma Frigio de
esto no hace mención en esta parte, ni tampoco después que llega a hablar de los Scitas,
adonde dice que en la Scitia postrera, la cual se extiende mucho de la otra parte de los
Hiperbóreos, hay muchas naciones que nombra por sus nombres, sin llegar en una parte
ni en otra a la costa de la mar; de manera que de aquí se puede inferir que dejó mucha
parte de tierra en aquellas partes, por no ser descubierta ni conocida. Y en el mapa que
hizo, el cual no se puede negar ser de los mejores y más acertado de todos los que se han
hecho, llegando a poner la tierra de Suecia, la pinta muy simplemente, con un epitafio
que dice que de aquellas partes septentrionales adelante tratará más particularmente de
todo lo que hay en ellas; y lo mismo dice Juan Andrea Valvasor en el suyo.
LUIS. Paréceme que en este negocio no pueden ir unos con otros tan conformes, que no
difieran en muchas cosas; porque lo más, o casi todos, hablan de oídas y por conjeturas,
trayendo para ello razones aparentes, pero no tan bastantes que estemos obligados a
creerlas, sin pensar que podemos engañarnos en muchas de ellas.
ANTONIO. Tenéis razón; pero también hay razones que no se puede negar, como son
las que da el mismo Gemma Frigio, para darnos a entender que más adelante de éstas
tierras, caminando hacia el norte, vienen a crecer los días y las noches hasta los seis
meses, como habemos tratado. Y porque las mismas trae el Bachiller Enciso en su
Cosmografía, y las trata más claramente, os las quiero referir; y son, que tratando de los
que habitan debajo de la Equinoccial tienen los días y las noches siempre iguales, va
diciendo cómo van creciendo y descreciendo por los grados que se apartan del sol: y así,
viene a decir: «Los que habitan en sesenta y siete grados tienen el mayor día de
veinticuatro horas, de modo que un día es veinticuatro horas, y una noche, otras tantas;
que es día sin noche y noche sin día; y que los que habitan en sesenta y nueve grados
tienen un mes continuo, que es día sin noche, y otro mes que es noche sin día; y los que
habitan en setenta y un grados tienen dos meses de día sin noche, y otros dos meses sin
día; y los que habitan en los setenta y tres grados tienen tres meses de día, y otros tres de
noche; y los que habitan en setenta y cinco grados tienen cuatro meses de noche continua,
y otros cuatro de día sin noche; y los que habitan en setenta y nueve y ochenta grados
tienen seis meses de noche, y otros seis de día: de modo que no tienen en todo un año
sino una noche y un día.»
BERNARDO. De manera que, conforme a esto, debajo del mismo Polo están los que
habitan en ochenta grados, y tienen el día y la noche iguales de medio año.

ANTONIO. Antes no llegan aún a estar debajo de él, según lo que más adelante dice el
mismo Enciso por estas palabras: «De allí adentro hacia el Polo hay poca diferencia si es
de noche o de día: porque la grandeza del sol que señorea la redondez de la tierra tiene a
la parte de los polos continua claridad, porque no alcanza la tierra a ponerse delante para
hacer sombra e impedir la claridad del sol que no alumbre a la tierra.»
LUIS. Extraña cosa es esta que haya tierra alguna donde nunca anochezca.
ANTONIO. No lo habéis de tomar tan por el cabo, sino que habéis de entender que
debajo de los Polos o Nortes es adonde los días son de medio año, y las noches de otro
medio año como habemos dicho; y cuando anochece, que es cuando el sol se pone, es de
tal manera que nunca falta claridad alguna, con que se puede ver cualquiera obra que se
haga; y, si estáis atentos, yo haré que lo entendéis claramente. A los que están debajo de
estos Polos y tienen su habitación en aquella tierra no les nace el sol ni se les pone de la
manera que a nosotros, sino muy diferentemente: porque a nosotros nácenos el sol en
oriente, y pasando por cima de nuestras cabezas, o casi, se viene a esconder en el
poniente, y, dando la vuelta por debajo de la tierra, torna otro día a aparecer en el mismo
lugar y en esto es muy poca la diferencia que hace en un año. Y la sombra nuestra,
cuando el sol sale, cae hacia el Occidente; y cuando se va a poner hacia el Oriente; mas a
los que están a los polos, que conforme al nacimiento del sol son los lados del mundo, no
les acaece así; y para esto, considerad que cuando el sol está en el medio de ambos y va
declinando de allí para una parte, cuanto más declinare, va alumbrando más a aquel lado,
y escondiéndose del otro; y porque en ir y volver al mismo lugar tarda medio año, hace
que los que están debajo del Polo de aquel lado tengan el día de medio año; y por el
contrario, cuando volviendo al medio de su jornada, va declinando hacia la otra parte,
hace con los del otro polo el mismo efecto; y así, reparten los unos con los otros el año,
que los unos tienen el medio de día cuando los otros tienen el medio de noche, y por el
contrario; y si queréis acabar de caer en la cuenta de lo que digo y verlo por experiencia,
tomad un cuerpo redondo que sea algo grande, y haciéndole estar colgado en el aire,
encended una vela cuando sea obscuro, y alzándola un poco, traedla por medio de él
alrededor, y comenzad a ir declinando con ella a un lado, y veréis que cuanto más
declinaréis, más alumbraréis el punto que está en aquel lado, y estará más obscuro el de la
otra parte; y tornándola a volver, dando vueltas al medio y pasándola de la otra parte
hacia el otro lado, comenzará a ir alumbrando a aquél y obscureciendo el otro. Y si como
es una vela la que digo, fuese un hacha, que daría mayor claridad, aunque fuese
declinando a un lado oscureciese el otro, nunca será tanto que no quedase alguna claridad
de la que reverbera de la llama y claridad mayor del hacha: y esto es lo que acaece en los
polos, o en la tierra que está debajo de ellos, que como el sol sea tanto mayor que toda la
tierra, no deja de enviar alguna claridad de un lado a otro, que aunque no sea con sus
propios rayos, es de luz que reverbera de ellos, como acá lo tenemos cuando el sol se
acaba de poner. Y demás de esto, la claridad de la luna y de las estrellas, que allí
resplandecen, ayudan a que nunca la obscuridad de la noche sea tanta, que dejen de ver
las gentes para poderse ejercitar en sus oficios; que así como la, naturaleza provee en el
remedio de todas las cosas, proveyó en dar algún alivio para que no se sintiese con tanto
trabajo en una noche tan larga como la de medio año. Y yo tengo por cierto que no
faltarán otras muchas comodidades que ayuden a ello.
BERNARDO. Entendido he lo que habéis dicho; pero según ello, bien diferentes les
nace y se les pone el sol a esos que a todos los otros del mundo.
ANTONIO. Yo os lo diré. A nosotros (como ya lo habéis entendido) va el sol por
encima, y hace las sombras contrarias de una parte, y las otras de la otra, al salir y al
poner. Mas a los polares es necesario que estéis atentos para que entendáis: porque lo
primero que habéis de entender es que este nombre horizonte significa el cielo que vemos
de cualquier parte donde estuviéremos, volviendo los ojos alderredor de la tierra; y así, en
cualquier provincia, por no particularizarlo tanto y decir en cada pueblo, tienen un
horizonte que es la parte del cielo que descubren rodeándola con los ojos; y como en
nuestro horizonte descubrimos el sol poco a poco cuando nace, que va por el cielo arriba,
pasando sobre nosotros y poniéndose en lugar contrario, así, en los que están debajo del
polo es su nacimiento y después su poniente por muy diferentes vías; que el primero día
que nace no se muestra sino una punta de él, que apenas puede descubrirse, y ésta anda
por su horizonte a la redonda, de manera que en aquella vuelta siempre se muestra casi en
un ser, sin crecer, si no es muy poco, ni dar de sí sino muy poca más claridad, y a la
segunda vuelta va descubriéndose un poco más, y así, hace a la tercera y cuarta y a todas
las demás, creciendo de grado en grado y dando vueltas a la redonda por el cielo arriba,
en lo cual dura tres meses; y las sombras de aquello en que los rayos del sol topan
siempre andan alderredor, y cuando el sol comienza a salir son muy largas, y cuanto más
se va subiendo en alto, se van acortando; y después, cuando se torna a bajar, en que dura
otros tres meses, es por lo contrario hasta acabar de esconderse debajo de la tierra; y así
como se va escondiendo a los del un polo, se va mostrando y descubriendo a los del otro.
LUIS. No deja de llevar alguna dificultad de entenderse este misterio, que así lo
podremos llamar los que hasta ahora no habemos tenido noticia de ello; pero ya voy
cayendo en la cuenta, aunque me queda por entender una duda, que no es pequeña, y es
ésta; si toda la tierra que hay desde adonde los días tienen veinte y cuatro horas, que,
según he entendido, es desde la isla Tile y las otras provincias que están en Tierra firme,
derecho de ella, hasta llegar a la que decís que está debajo del polo, es habitada de gentes,
o si está desierta y sin que la habiten algunas gentes.
ANTONIO. No tengo yo duda de que toda esa tierra se habite en partes, aunque no sea
toda tan habitada como la que acá tenemos; y en esto no se aclaran los autores tanto que
particularmente nos lo hagan entender, aunque algunos nos van poniendo en el camino de
la verdad. Porque en Enciso he hallado que siguiendo el descubrimiento a la costa que va
hacia el poniente, dando vuelta al norte, va descubriendo por ella algunas provincias
ignotas, entre las cuales me acuerdo que es una que llama Pila Pilanter, y otra, más
adelante, Euge Velanter, en las cuales dice que los días crecen hasta dos meses y medio y
las noches otro tanto; y que con ser tierra habitada, la frialdad de ella es tan intensa, que
los ríos se hielan de manera que los moradores tienen muy gran trabajo en poderse
aprovechar del agua, porque están los hielos y carámbanos tan altos y tan fuertes y duros,
que apenas pueden quebrarlos; y que muchas veces esperan a que unos animales que hay
en aquella tierra, blancos y de hechura de osos, a los cuales su naturaleza es tan propia
del agua como de la tierra, vayan a los ríos, porque tienen las uñas tan largas y fuertes,
que con ellas cavan y despedazan los hielos hasta llegar al agua, en la cual se meten
yendo por debajo de los mismos hielos, cebándose en los pescados que hallan, porque en
lo hondo no está el agua tan fría que no se pueda criar y sustentar el pescado en ella, y las
gentes se aprovechan de sacar agua por aquellos agujeros, y procuran de tenerlos
abiertos, quebrándolos muchas veces, para que no se tornen a helar y cerrar tan
fuertemente como antes estaban. Porque también ponen su armadijas en ellos, con que
sacan pescado que le aprovechan para su sustentación. Y estas provincias tengo yo por
cierto que son las que Gemma Frigio llama Pilapia y Vilapia, aunque dice que los días no
crecen en ellas más de un mes, y otro tanto las noches. Pero en estas cosas tan remotas y
apartadas de nosotros no nos maravillemos de no hallar testigos tan conformes que no
difieren en algo. Olao Magno, aunque en breves palabras, nos da alguna noticia más
cerca de esta duda, porque antes de tratar más particularmente de las provincias que están
debajo del mismo Polo, como adelante diremos, dice estas palabras: «Los de Laponia y
los de Botnia y los Islandeses y los de Biarmia tienen los días y noches de medio año, y
los de Elfingia y Angermania y parte de Suecia y de Noruega los tienen de cinco meses; y
los de Gocia, Moscovia y Rusia y Livonia los tienen de tres meses; y pues este autor es
natural de Gocia y arzobispo upsalense, de creer es que sabrá la verdad de esto; pero yo
me maravillo como acá no se tiene más noticia de ello, estando estas provincias y tierras
tan cercanas de las nuestras, y que no hay otros muchos autores que lo escriban y digan
como él lo dice. Verdad es que yo entiendo que este crecimiento y descrecimiento de los
días y noches no debe ser general en toda una provincia, sino en parte de ella, y esto se
entenderá por lo que dice del reino de Noruega, que el principio de los días son casi como
los que acá tenemos, pero prosiguiendo por él hasta el Castillo del río Negro y de allí más
adelante, hacen tan gran mudanza como se ha entendido; y lo mismo será también en las
otras. De esto que habemos dicho se podrá entender lo que hay de la duda que
propusisteis, y que toda la tierra que hay de aquí al Norte es habitada, a lo menos, en
partes como la de acá, y de manera que se pueda caminar por toda ella.
BERNARDO. Ocupado tengo el entendimiento en pensar este crecer y descrecer de los
días y noches en tanta cantidad; porque cuanto más nos apartamos de la Equinoccial los
vamos hallando mayores; pero a la común opinión de los cosmógrafos y geógrafos es que
en un grado se cuentan diez y seis leguas y media y un sexmo; y siendo esto así, parece
cosa maravillosa, conforme a la cuenta que habéis dicho, que en dos grados, que son
treinta y tres leguas de tierra o poco más, crezca y descrezca el día y la noche tanto
tiempo como es un mes, y que cuando en la una parte fuere de día, sea en la otra de
noche, estando tan cerca la una de la otra.
ANTONIO. Razón tenéis de dudar; pero como esa tierra para con el sol vaya siempre
cuesta abajo, en poco espacio se encubre o descubre en mucha cantidad, y esto lo
entendéis por lo que acaece a muchos caminantes que, yendo por tierra llana, cerca de
alguna gran cuesta, se les pone el sol, y si se dan mucha prisa en subirla, cuando llegan a
lo alto, hallan que aún no está puesto; y así, aunque sea poco, se les alarga el día; pero yo
os confieso que, con todas estas razones, no dejáis de tener razón para maravillaros de
una cosa tan extraña, y que tiene necesidad de ser vista y averiguada por los ojos para
acabar de ser bien entendida la verdad de ella. Y aunque haya estas razones y otras
bastantísimas para ello y para que se les dé crédito, no he visto autores que digan y
escriban que lo saben porque lo han visto; y si la tierra es tan corta, como la hacen los
autores que la miden por estos grados, por grandísima que fuese la dificultad que se
tuviese en descubrirla y andarla, no puedo pensar que faltasen muchas gentes curiosas
que la hubiesen descubierto y andado, volviendo a decir lo que hallan en ella. Pero yo
tengo entendido que después de vista, toda sería bien diferente, a lo menos, en las
particularidades de ella, de lo que ahora se imagina y se dice por los autores modernos
que afirman haber visto alguna parte; y así, lo mejor será dejar esto para los que lo
procuran de entender por vista y experiencia, pues nosotros no podemos hacerlo.
LUIS. Pues que vais quebrando lanzas con nosotros, acabad de declararnos lo que decís
que queda de la pregunta, por las razones que podría haber para ello.
ANTONIO. Una se me ofrece, y a mi parecer no poco bastante, y es que pues los
antiguos que rastrearon este negocio confiesan que desde aquella tierra venían doncellas
vírgenes a traer las primicias al templo de Apolo en Delos, que debía de haber entonces
camino abierto para ello, y que no se les haría tan dificultoso como ahora a nosotros, que
por no tener tanta noticia de las tierras que están en el medio, ni de la orden que se ha de
tener para caminar por ellas y pasar aquellas regiones frías y las nieves y heladas y los
otros inconvenientes de ríos y valles hondos y peligrosos, y también el peligro de los
desiertos y de bestias fieras ni los caminamos ni sabemos por dónde ni cómo habemos de
ir ni venir. Y así, se ha venido a esconder el secreto de las condiciones y calidades de
aquellas regiones. Y aunque se sabe algunas de ellas, por personas que afirman haberlas
visto y andado, las más son por conjeturas y consideraciones y argumentos que tienen
alguna evidencia, aunque la curiosidad de nuestros tiempos pasado ha más adelante; pues
que, como he dicho, nos ha dado testigos de vista que han entendido parte de lo que
tratamos, como luego os diré; pero todo será poco para acabar de tener noticia verdadera
y tan particular de esta parte del mundo, que pudiésemos tratar de ella como de las otras
conocidas. Algunos autores quieren que esta tierra esté en Asia, y otros que en Europa;
pero en esto va poco; y si está en Europa, no debe de ser tan pequeña parte de la tierra,
como nosotros la hacemos, porque la ignoramos; y si los antiguos quisieron poner los
límites de Europa adonde les pareció que se fenecía, llamen a estas regiones que están
escondidas otra nueva parte del mundo, y así, harán cuatro partes o cinco, con lo que
nuevamente se ha descubierto de las Indias Occidentales.
BERNARDO. No me maravillo de que los que ahora viven no sepan ni entiendan lo que
ahora habemos tratado de la parte que está hacia el un polo y el otro; ni tampoco de la
tierra que pasa por la costa al lado del norte hacia el occidente; porque demás de la
aspereza y rigor tan grande de los fríos, ninguna contratación tenemos con los que
habitan de la otra parte, ni ellos la tienen con nosotros, ni hay causas para que se pueda
tener; y así, ni ellos tienen para qué venir ni pasar acá, ni nosotros tampoco para qué ir a
ellos, si no fuese por muy gran curiosidad de algunos que quisieren saber y entender
algunas otras particularidades del mundo, como lo hizo Marco Paulo Veneto, que por esta
razón anduvo tan gran parte del mundo, que hasta hoy no he yo sabido de otro ningún
hombre que tanto haya andado ni caminado. Verdad es que algunos reyes y príncipes, por
codicia de alargar sus reinos, como adelante se entenderá, se metieron por algunas partes,
conquistando por esta tierra adentro; pero esto fue poco, y así, descubrieron poco de esta
tierra, la cual ni toda será habitada, ni tan deshabitada que no haya en la mayor parte de
ella poblaciones, y no tan lejos que no se sepan y contraten las unas con las otras; que
como acá, en nuestras tierras y provincias, vemos tierra llana, templada y saludable, y
poco más adelante montañas con alturas y riscos y valles adonde es muy diferente y hay
grandes nieves y frialdades, tanto, que en algunas peñas jamás falta nieve en todo el año,
de manera que ninguna persona sube a ellas, si no es por maravilla, así, en esta tierra del
Septentrión, habrá partes inhabitables, como aquella que Plinio y Solino y otros autores,
como ya dije, condenan por tierra dañada de la naturaleza. Y no faltarán caminos y
rodeos, a la redonda, que se podrán andar y caminar, sin pasar por medio de ellas, para
descubrir lo que está habitado de la otra parte; y, aunque sea con dificultad, al fin la
naturaleza no dejaría de proveer de camino abierto para que esta tierra no estuviese
perpetuamente escondida.
BERNARDO. Yo me acuerdo que he visto en Paulo Jovio, en un capítulo que hizo de
Cosmografía abreviada en el principio de su Historia, hablando de los reinos de Dacia y
Noruega y de lo que está más adelante, estas palabras:

«De la naturaleza de esta tierra y de las gentes que viven encima de Noruega, llamados
Pigmeos e Ictiofagos, que son los que se mantienen de peces, ahora nuevamente
descubiertos, en cuya tierra, por cierta orden del cielo de aquella constelación, todo el año
son los días y las noches iguales, en su lugar haremos mención.»
ANTONIO. Paréceme que son muchos los autores que tocan en este negocio y prometen
escribir largo, sin hacerlo; y si lo hacen, como no tienen quien les vaya a la mano, dicen
lo que quieren; y lo mismo hace Paulo Jovio, el cual todo lo que trata de esta tierra es por
relación de un moscovita Embajador en Roma. Y así, dicen en otra parte que los
moscovitas confinan con los tártaros, y hacia el septentrión son tenidos por los últimos
moradores del mundo, y hacia el poniente confinan con el mar de Dantisco; y en otra
parte torna a decir: «Los moscovitas, los cuales están puestos entre Polonia y Tartaria,
confinan con los montes Rifeos y moran hacia el Septentrión en los últimos fines de
Europa y Asia, y extiéndense sobre las lagunas del río Tanays hasta los montes
hiperbóreos y el mar Océano que llaman Helado.» Éstas son las palabras suyas, pero no
tiene razón: porque los moscovitas la última tierra que poseen es adonde el día y la noche
son de tres meses; y así, no se pueden decir los últimos moradores de la tierra, sino
aquellos que la tienen de seis meses; y en fin, como he dicho en estas cosas que no se
ven, todos van hablando más a tino que porque tengan averiguada la verdad del todo.
LUIS. Bien creo que para esta tierra última de que tratamos no debe ser poco largo ni
pequeño el camino, pues con lo que se tarda de ir creciendo y descreciendo los días y las
noches, tanto tiempo se entiende; y más si de la otra parte del Norte, antes de llegar a la
mar, hay otra tanta tierra, forzosamente ha de haber el mismo crecimiento y
descrecimiento, por la misma razón y causa que acá lo hay; y si esto se alarga por la tierra
adentro, mayor será de los que nos ha parecido.
ANTONIO. Si esa tierra se extiende de la otra parte del Norte adelante, o si está luego la
mar, yo no os lo sabría decir; porque no hay autor que lo diga, ni creo que ninguno lo
sepa. Y la causa de ello es porque, como ya os he dicho, caminando por esta costa del
Occidente, pasando poco adelante de la Isla de Tile, las frialdades son tan grandes, que
ninguna nao se atreve a caminar ni querer entender si se navega o no, temiendo que la
mar estará helada o cuajada, de manera que la nao quede apretada en los hielos y la gente
se pierda y muera. Y también de la otra parte del Oriente, dando la vuelta hacia el mismo
Norte, está descubierto hasta la provincia de Aganagora, que es la última de todas las
tierras que se saben por aquella parte, pasando un golfo que se llama Mare magnum.
Porque por tierra dicen que no se puede caminar, por razón de los grandes desiertos, y
porque en muchas partes es tierra alagadiza, y por otros muchos inconvenientes que
parece haber puesto en ella la naturaleza. Aquí se dice que está el Paraíso terrenal, y que
por eso no hay nadie en el mundo que tenga noticia de él; pero esto ya lo habemos
tratados con las opiniones de los demás que sobre ello han escrito. También hay
opiniones de que en esta tierra hay unas grandes montañas, entre las cuales están
encerrados muchos pueblos de Indios, que no tienen salida ninguna de ellas. Yo creo que
esto es ficción del vulgo, porque no veo autor grave que lo diga; como quiera que sea,
todo lo que está adelante de cada provincia que se llama Aganagora es tierra no
descubierta, ni conocida, ni tampoco por la mar hacia el Norte se ha navegado ni
descubierto; y esto también lo debe de causar el mucho frío y estar la mar helada o
cuajada con los hielos. Y por ventura, el temor de ello hará que las gentes no se atrevan a
descubrirlo; y lo que de aquí se puede entender es que hay grandísima cantidad de tierra
desde la costa que va por el Poniente y de vuelta hacia Septentrión, y la que rodea el
Oriente y vuelve hacia la misma parte, que hasta ahora no hay quien sepa dar noticia de
ella; y en medio de toda ella, está la que tratamos de los que habitan debajo del Norte,
que tienen los días y las noches repartidos en un año.
LUIS. No sé yo de la manera que los geógrafos modernos miden ni compasan el mundo;
pero sé que dicen que en toda la redondez de la tierra y del agua, que es en el mundo, no
se montan sino seis mil leguas, y que de éstas están descubiertas cuatro mil y trescientas
y cincuenta leguas, contando desde el puerto de Higueras en el Occidente o Indias
Occidentales, hasta El Gatigara, que es adonde se contiene la provincia de Aganagora,
que es en el Oriente; de manera que quedan por descubrir mil y seiscientas y cincuenta
leguas; y que si éstas se descubriesen, se entendería así el fin del descubrimiento de las
Indias, como el de la parte de la tierra que nosotros habitamos.
ANTONIO. A los que quieren medir el mundo de esa manera, podríaseles responder lo
que un muchacho dijo en Sevilla a los que querían dividir la conquista de él entre el Rey
de Castilla y el de Portugal, que, burlando de ellos, alzó las faldas, y mostrándoles el
trasero, les dio voces, diciendo: «Si habéis de dividir el mundo por medio, echá por aquí
la raya.» Pero ya que le querían poner cuento y medida, eso es cuanto a la longitud de la
tierra, tomando el camino por medio de la Equinoccial; y así, bien, pueden los astrólogos
y cosmógrafos acertar, contando por los grados, y dando a cada uno diez y seis leguas y
media y un sexmo de camino, como ellos lo hacen. Pero aunque esto se descubriese, mal
se podría acabar de descubrir lo mucho que queda por unas partes y por otras, en una cosa
tan grande como es el mundo, que en un rinconcillo pueden quedar encubiertos muchos
millares de leguas y tierras, que, si las viésemos, nos parecería ser otro Nuevo mundo, y
así, ha quedado esta parte que he dicho donde de la tierra de la costa de la mar no se tiene
noticia.
BERNARDO. Pues ¿por dónde la nao que se llama Victoria, que está en las Atarazanas
de Sevilla, o, a lo menos, estuvo, como cosa de admiración, anduvo aquel camino tan
largo de catorce mil leguas, con que dicen que dio una vuelta redonda a todo el mundo?
ANTONIO. Uno que hubiese andado todo el mundo por unas partes y por otras podría
responder bien a esa pregunta, teniendo también noticia de los caminos y rodeos que esa
nao hizo, hasta atinar a dar esa vuelta que decís; pero yo os diré lo que entiendo, y es que
toméis un cuerpo redondo, y comenzad con una punta de una aguja a dar vueltas
alrededor de él, y hallaréis tantas que os cansarán, y cuanto mayor fuere, mayores y más
serán las vueltas por un cabo y por otro. Y así, las que se pueden dar en el mundo son
tantas, que se pueden tener por infinitas o casi; y de esta manera, aunque la nao Victoria
rodease el mundo por una parte, quedan tantas por donde podría rodearse, que pensar en
ello confunde el entendimiento de los hombres; y de esta manera no habemos sabido que
ninguna nao haya rodeado la costa que está desde el Occidente al Oriente por la vía del

Norte, o, a lo menos, la mayor parte de ella, ni sabemos cosa ninguna de lo que hay en la
tierra ni en la mar, navegando por ella adelante.
LUIS. Si vos veis a Pomponio Mela tratando de esta materia, en el capítulo que hace de
Scytia, hallaréis que trae por autoridad de Cornelio Nepos, alegando por testigo a Quinto
Metelo, al cual había oído decir que como estuviese por procónsul de los Galos, que el
rey de Suevia le dio ciertos Indios; y que preguntándoles cómo hubiesen venido en
aquellas tierras, le respondieron que con una fuerza de una tempestad grande fueron
arrebatados en una nao de la ribera del mar de la India; y que pensando ser anegados, al
fin, vinieron a parar en las riberas de Germania, y según esto, estos Indios hicieron la
navegación que decís ser encubierta desde el Oriente hasta el Occidente, por la parte de
Septentrión; y de aquí se puede argüir que la mar no está helada, como dicen, sino que es
navegable.
ANTONIO. Verdad es que Mela así lo dice, aunque todos dudan ser verdad que esos
Indios hayan venido, por ese camino; y el mismo Mela, en fin del capítulo, torna a decir
que todo aquel lado septentrional está endurecido como hielo y, que por eso es
inhabitable y desierto; pero esto, como os he dicho, no está del todo averiguado, pues que
de la otra parte del Norte no sabemos cuánto se extienda la tierra sin allegar a la mar, y si
quisiésemos escudriñar lo que se podría hallar navegándose aquella mar, queriendo dar
vuelta alderredor del mundo de Norte a Norte, no sé qué tierras se hallarían.
BERNARDO. Lo que a mí me parece que cerca de esto se puede creer es que aquella
mar del Norte debe estar helada la mayor parte del año; pero en el tiempo que el sol se
alza y tienen el día tan largo, el calor continuo del mismo sol la deshelará y será
navegable; y así, pudieron venir los Indios en aquella nao con la tormenta. Y como las
gentes saben o tienen por cierto que la mar se hiela, no se atreven a meterse en ella ni
hacer viaje ninguno por esta parte. Y de esta manera no se sabe lo que hay en la mar ni en
la tierra, salvo si quisiéramos creer las ficciones que Sileno contaba al rey Mida.
LUIS. Decidnos eso, por vuestra vida, que en cosa tan encubierta cada uno podrá mentir
a su voluntad, sin que tenga quien le vaya a la mano.
ANTONIO. Lo que yo ahora os diré es que Theopompo, referido por Eliano, en su libro
De Varia Historia, el cual dice que este Sileno era hijo de una ninfa y tenido por inferior
de los dioses y superior de los hombres; y como muchas veces hablase con el rey Mida,
en un coloquio que entre sí tuvieron, le dijo que este nuestro mundo o tierra en que
vivimos, que llamamos Asia, África y Europa, que son unas islas que el Océano tiene
cercadas alderredor, y que fuera de este mundo hay una tierra tan grande, que es casi
infinita y sin medida; y que en ella se criaban animales de una extraña grandeza, y que los
hombres que habitan en ella son al doble mayores que nosotros; y que también viven
doblada vida; y que tienen muchas y muy grandes ciudades, en las cuales viven por
razón; y que tienen leyes muy contrarias de las nuestras; y que entre estas ciudades hay
dos que son las mayores de todas, y en ninguna cosa son semejantes: porque la una se
llama Machino, que quiere decir batalladora; y la otra se dice Evoesus, cuya significación
es piadosa; y así los que en ella moran están siempre en una perpetua paz y con muy gran
muchedumbre de riquezas; y que los frutos de la tierra en su provincia se cogen sin arar
ni sembrar. Estos están siempre libres de toda enfermedad, y todo su tiempo consumen y
gastan en deleites y en placeres y alegrías; y de tal manera guardan y aman tanto entre sí
la justicia, que muchas veces los dioses inmortales no se desdeñaban de usar de su
amistad y compañía; y los que habitan en la ciudad de Machino, por el contrario, son en
gran manera belicosos, y siempre con las armas encima de sí, andan haciendo guerras y
batallas y procurando de sojuzgar a todos los comarcanos; y así, esta sola ciudad tiene
otras muchas debajo de su señorío. Los ciudadanos de ella no son menos de doscientos
mil; y aunque mueren de enfermedades, esto acaece entre ellos pocas veces, porque las
más son muertes de heridas de piedras o de palos en las guerras, porque con hierro, por
no tenerlo, no pueden ser heridos; y de oro y de plata poseen muy gran cantidad, en tanta
manera, que lo tienen entre sí en menos que nosotros el cobre.
Decía Sileno asimismo que un tiempo habían intentado de venir a tomar estas nuestras
Islas, y que, habiendo pasado el Océano con un cuento de millares de hombres, vinieron
hasta los montes Hiperbóreos; y como allí oyesen y entendiesen que nuestros pueblos
eran muy guardadores de la religión, que los estimaron en poco, como a malos y hombres
que no acertaban en lo que habían de hacer, y que así, tuvieron por cosa indigna pasar
más adelante, y que desde allí se habían vuelto. Añadía también a esto otras cosas
admirables, y era que había en aquellas tierras otros hombres llamados Meropes, que
habitaban muchas y muy grandes ciudades; y que en fin de su región había un lugar que
se decía Anostum, que quiere decir tanto como lugar de donde no hay poder volver, y que
no tiene bien luz, ni es del todo tenebroso, sino que el aire está mezclado con alguna
claridad; y que por él corren dos ríos, de deleites el uno, y el otro de tristezas; y que a las
riberas del uno y del otro hay árboles plantados de la grandeza de un plátano, y los que
están cabe el río de la tristeza producen los frutos de su misma naturaleza y poderío; y si
alguno come de ellos, todo el tiempo de la vida gasta en lágrimas y en lloros, y así,
llorando, la fenece. Y las frutas de los árboles que están a la ribera de los deleites tienen
el efecto contrario, y siempre están en placeres y deleites, sin tener jamás un movimiento
de tristeza; y que, poco a poco, aunque sean viejos, se vuelven mozos, tornando a cobrar
el parecer y las fuerzas; y de tal suerte van volviendo atrás en la edad, que vienen a morir
cuando se han tornado niños chiquitos.
BERNARDO. Todas esas son cosas maravillosas, si fuesen verdaderas; y, como quiera
que sea, llevan algún olor de lo que tratamos de la tierra que está de la otra parte de los
montes Rifeos e Hiperbóreos, pues dice que cuando vinieron a conquistar este mundo que
llamaban Islas, se volvieron después que hubieron llegado a estos montes; y así, se
entiende que venían de la parte del Norte, o Polo Ártico; y la tierra que dice ser tenebrosa
y oscura, podría ser aquella que ya dijimos que tiene perpetuas tinieblas y que es una
parte dañada del mundo. Y no me maravillo de que entre otras cosas que naturaleza hace,
hiciese alguna parte de tierra con estas propiedades, aunque no fuesen las que Sileno dijo,
y que por causa de alguna constelación, o de otra que nosotros no alcanzamos, esté allí el
tiempo y el aire turbado, como no solamente sea inhabitable, sino que tampoco se pueda
pasar por ella ni entender los secretos que en sí contiene; y de la otra parte, por ventura,
será el temple tan contrario, que haga ventaja a las tierras que acá habitamos.

ANTONIO. Vos decís la verdad; y cierto, la tierra que por aquellas partes no está
descubierta debe ser mucha y con muchas cosas de grande admiración para los que no las
sabemos. Y para que vengamos a particularizar más de lo que en nuestros tiempos se sabe
y se ha descubierto, quiero deciros parte de lo que algunos autores muy modernos dicen,
y principalmente Juan Ciglerio, a quien ya os he alegado, que por su persona visitó y vio
alguna parte de estas tierras septentrionales, aunque no pasó de los montes Hiperbóreos y
Rifeos, y maravillóse mucho de lo que de aquellas partes tratan los autores que de ellas
han escrito, porque halló muchas tan diferentes y contrarias, que en ninguna cosa
conformaban con la verdad, así en el sitio de los montes como en los nacimientos de los
ríos y en las propiedades y calidades de las provincias y tierras. Porque dice que estuvo
en la parte donde todos afirman ser los montes Rifeos, y que así, no había montes
ningunos, ni en mucha tierra alderredor, sino que toda era tierra llana. Y lo mismo afirma
Sigismundo Herbesteni en su Itinerario, así, si yerran en el asiento de una cosa tan común
y notoria como estos montes, y van contradiciéndose, siendo situados en tierra de
cristianos o en el fin de ella, pues ahora se llama Moscovia la provincia donde los
antiguos los pintan, mal podrán acertar en otras cosas que están en partes más remotas y
fuera de la tierra de que tenemos mayor noticia, como es ésta.
BERNARDO. Aunque sea rompiendo el hielo, no dejaré de preguntaros lo que yo he
oído decir: y es que en esta tierra de los moscovitas hay una provincia que llaman de los
Neuros, los cuales en ciertos meses del verano se convierten en lobos, y después se
tornan otra vez a convertir en hombres.
ANTONIO. Los más de los geógrafos antiguos, o casi todos, dicen lo que vos decís:
unos, afirmándolo, y particularmente Solino, Pomponio Mela; y otros, con alguna duda;
pero yo no puedo creerlo, ni los modernos, que ahora escriben de esta tierra, hacen
mención de ello, a lo menos, dándoles este nombre ni propiedad; y así, lo podéis tener
por mentira, salvo si entre estas gentes había algunos hechiceros o encantadores en
aquellos tiempos, que con su arte hiciesen entender que era propio de los que habitaban
aquella provincia hacer cada año esa mudanza, contra toda razón de naturaleza. Y esto
bien podrá ser así y dársele crédito.
BERNARDO. Algún fundamento debió de tener una opinión tan común, y cierto sería el
que habéis dicho; que no es de creer que naturaleza hiciese una cosa tan fuera de su orden
natural.
ANTONIO. Tornando a lo que tratábamos, digo, que no se pueden acabar de verificar
bien las cosas que por los antiguos están escritas de lo que toca a esta tierra septentrional;
y no tanto por la poca noticia que tenemos de ella, como por estar tan mudados los
nombres de los reinos, provincias, ciudades, montes, ríos, que no se puede atinar cuál sea
una, cuál sea otra. Porque apenas hallaréis alguna que retenga su nombre antiguo, y así,
es imposible que, aunque acertemos en algunas, por las señas y conjeturas, dejemos de
errar en muchas, o casi en todas, tomando unas por otras. Y entenderéis esto, por lo que
toca a nuestra España, que si tomáis a Tolomeo y a Plinio, que más particularmente
escriben de ella, nombrando los principales pueblos que tienen, no hallaréis cuatro que
ahora se conozcan por aquellos nombres, que todos están trocados y mudados; y así, la
geografía antigua, aunque hay muchos que la platican y la entienden conforme a lo
antiguo, si les preguntáis alguna cosa conforme a lo que tratan los modernos y a como
están las cosas en nuestros tiempos, no sabrán daros razón de ello, y cuando la dieren,
será para resultar de ella mayores dudas. Pero yo quiero dejar todo esto, y concluir lo que
toca a esta tierra de que tratamos con lo que algunos historiadores de nuestro tiempo han
escrito, como son Juan Magno Goto y Alberto Crancio, Alemán, Juan Saxo de Dacia y
Moscovita Polonio, y mejor que todos Olao Magno, arzobispo upsalense (de quien
habemos hecho mención otras veces) en una crónica de las tierras y naturaleza de las
cosas que están al Septentrión; el cual, aunque como nacido y criado en la misma tierra,
había de tener mayor noticia de todo lo que hubiese en ella, va bien breve en lo que toca a
la parte que está debajo del mismo Polo Ártico y lo tiene por cenit, la cual escribe ser una
provincia que se llama Biarmia, que su horizonte es el mismo círculo equinoccial; y que
así como este círculo corta el cielo por medio, cuando el sol declina a esta parte del Polo,
es el día de medio año; y cuando vuelve a declinar a la parte del otro Polo, hace el efecto
contrario, durando otro tanto la noche. Esta provincia de Biarmia se divide en dos partes:
la una, alta, y otra más baja. En la más baja hay muchos montes que perpetuamente están
llenos de nieve, y nunca en ellos hace calor; pero no por eso deja de haber muy grandes
bosques y arboledas en los valles, muy abundantes de hierbas y pastos, y en ellos
grandísima abundancia de bestias fieras, y ríos muy crecidos, así por las fuentes de donde
nacen, como por las nieves que se derriten. En la más alta Biarmia dice que hay unos
pueblos de monstruosa novedad, y que para ir a ellos no hay camino que se sepa, sino que
todo está cerrado y con peligros insuperables para poderse pasar; y por esto no pueden
tener las gentes fácilmente noticia de ellos, sino con una dificultad tan grande cuanto se
puede encarecer. Porque la mayor parte de este camino está impedido con altas nieves
que no se pueden sobrepujar ni andar por ellas, sino es en unos animales como ciervos
llamados rangíferos, de los cuales allí hay tan grande abundancia, que para este efecto
muchos los crían y amansan: y con su ligereza (que es increíble) corren por encima de la
nieve helada, de manera que sin peligro vienen a subir sobre las altas montañas y a bajar
a los hondos valles; y así, dice Juan Saxo que un rey de Suecia, llamado Otero, tuvo
noticia de que [en] un valle que estaba entre estas montañas habitaba un sátiro llamado
Memingo, el cual tenía grandísimas riquezas; y que este rey encima de estos animales y
de otros llamados Onagros domésticos, llevando gente consigo, le fue a buscar; y
habiéndole hallado, volvió cargado de grandes despojos y tan rico, que se tuvo por
bienaventurado.
BERNARDO. Ése que decís, ¿era verdaderamente sátiro, o algún hombre que se llamaba
de esa manera?
ANTONIO. El autor no se declara; pero por lo que se dice adelante, que en aquella tierra
hay sátiros y faunos, podremos creer que éste verdaderamente era sátiro, y que los sátiros
son hombres de razón, y no animal irracional, como el otro día lo tratábamos, y en una
tierra llena de tantas novedades, no es mucho que se halle una extrañeza como ésta.
Y volviendo al propósito comenzado, digo que la Biarmia superior que Olao Magno dice,
de la cual ahora se tiene tan poca noticia, debe ser aquella tierra tan bienaventurada que
Plinio y Solino y Pomponio Mela pintan, diciendo ser tan templada, y los aires tan saludables y la vida de los hombres tan larga, que se cansan con ella y reciben de buena
gana a la muerte echándose en la mar. Y por ser esta tierra tan maravillosa, la cual parece
tener su asiento de la otra parte del Norte, no se sabe ahora tan particularmente las
propiedades de ella; y así, dicen que hay pueblos de monstruosas novedades y maravillas.
Y dejando esta provincia y bajando a la inferior, dice el mismo Olao que esta tierra si se
sembrase en los valles, que es muy aparejada para dar frutos; pero los que habitan en ella
no se dan a la agricultura, porque es tanta la abundancia de las bestias fieras en los
campos, y están tan llenos los ríos de pescados, que con cazar y pescar se mantienen
bastantemente las gentes; y que así, no tienen uso de comer pan, ni apenas noticias de él.
Los de estas provincias, cuando tienen guerras o diferencias con algunos vecinos suyos,
pocas veces usan ni se aprovechan de las armas: porque son tan grandes nigrománticos y
encantadores, que con palabras solas hacen venir a llover tanta agua, que parezca que el
cielo se desata en ella, y con sus hechizos ligan y atan los hombres de manera que no
sean libres para poderles hacer algún daño; y muchas veces de manera que vienen a
perder el seso, hasta venir a morir y acabar la vida fuera de su juicio. Y así, cuenta Juan
Saxo, gramático, que un rey de Dacia, llamado Regumero, se determinó de sojuzgar a los
Biarmenses, y que fue con muy grande y copioso ejército a entrar en aquella tierra; lo
cual sabido por los de la provincia, comenzaron a defenderse con encantamientos,
haciendo venir tan grandes tempestades, vientos y aguas, que los ríos no consentían
vadearse ni navegarse, con la gran furia que llevaban; y habiendo esto durado algún
tiempo, vino un calor tan grande, que parecía que el Rey y los suyos todos se abrasaban,
de manera que era peor de sufrir que la frialdad, y fue causa que todos los del ejército se
destemplasen y corrompiesen y viniesen tan gran mortandad, que al Rey le fue forzado
volverse; y conociendo que todo esto procedía contra la naturaleza de la tierra y por el
saber de los moradores de ella, tornó otra vez tan repentinamente, que ya estaba en ella
cuando vinieron a entenderlo; pero con ayuda de los vecinos, los Biarmenses, así con
arcos y saetas como con la ligereza con que acometían y huían por las nieves, vinieron a
desbaratar y hacer huir a este
Rey muy poderoso, que había habido otras muy grandes victorias de sus enemigos.
Saliendo de estas provincias de Biarmia está otra luego, que se dice Finmarchia, la cual,
según el autor ya nombrado, alguna parte de ella en los tiempos pasados fue sujeta al rey
de Noruega. Esta tierra, aunque es frigidísima, en algunas partes se labra y se cogen
frutos para el mantenimiento de los moradores, los cuales son de cuerpo muy robustos y
de gran ánimo y esfuerzo y que se defienden valientemente de sus enemigos. El aire que
tienen es muy frío y sereno, pero bien templado, porque los pescados, abriéndolos
solamente y poniéndolos al aire, duran muchas veces diez años sin corromperse. En el
verano llueve muy pocas veces, o casi ninguna. El día en esta tierra es tan grande, que
dura desde las calendas de Abril hasta el sexto de los Idus de Septiembre, de manera que
pasa de cinco meses, y la noche viene a ser de otro tanto tiempo, y nunca hace tan oscuro
que no se pueda ver a leer en ella una carta. Dista de la Equinoccial en sesenta grados.
Desde principio de Mayo hasta principio de Agosto no se ven estrellas ningunas, sino
solamente la luna, la cual da vuelta a la redonda, poco levantada de la tierra, pareciendo
tan grande a la vista como una muy grande encima que estuviese ardiendo y echando de
sí unos rayos muy grandes de fuego, con un resplandor algo turbio, y es de manera que a
los que de nuevo la ven pone muy grande admiración y espanto; y así, dice que los
alumbra casi toda la noche, aunque sea tan larga, y que el poco tiempo que se esconde, es
tan grande y tan claro el resplandor de las estrellas, que sienten poca falta del que
perdieron de la Luna, la cual se lo quita el tiempo que ella resplandece, y ésta es la causa
por qué las estrellas entonces no parecen, aunque yo no puedo acabar de creer que, puesto
caso que no parezcan muy claras, dejen de parecer en alguna manera, pues que en esta
tierra las vemos resplandecer cerca de la luna, aunque esté llena; algunas veces en medio
del día se han visto estar muy cerca del sol.
LUIS. Según eso, de la misma manera debe de ser en Biarmia y en las otras tierras
ignotas que están debajo del Polo o alrededor; y también se puede inferir que los días van
creciendo y descreciendo hasta el medio año, pues en esa tierra son de cinco meses, y aun
en ella debe ser en unas partes más y en otras menos; y pues es habitable, como habéis
dicho, donde dura cinco meses la noche, mejor lo será donde durare cuatro, y tres, y dos,
y uno, y así, no hay de dudar de que toda la tierra sea habitable.
ANTONIO. Ya yo os he respondido que, generalmente, toda la tierra se habita, si no es
en algunas partes en que la naturaleza lo prohíbe, por algunas causas y disposiciones
particulares; y esto de la luna y de la manera que alumbra a los de estas regiones, ninguno
he visto que lo trate, sino es este Olao Magno. Y por razón se entiende que donde el sol
parece dar vuelta en el cielo tan diferentemente como acá lo vernos, que la luna ha de
hacer lo mismo, con la diferencia que habemos dicho y otras que no sabemos.
BERNARDO. Muchos secretos y cosas de naturaleza de esa tierra nos deben quedar
encubiertas y sin que acá las entendamos: como es el eclipsis del sol y de la luna, que
deben causarse allá bien diferentemente, y que los astrólogos tendrán bien que hacer en
averiguarlo; y sin esto, la cuenta de los meses y años que estarán repartidos por diferente
manera.
ANTONIO. Lo de los años poca dificultad tiene, pues un día y una noche hacen un año;
lo de los tiempos, el día será verano y la noche invierno; en lo de los meses, por ventura,
partirán el tiempo a su modo para entenderlo, conforme a los efectos del cielo; y pues los
autores no nos dan noticia de ello, poco va ni viene en que lo sepamos.
LUIS. Lo que a mí me tiene muy maravillado es que no puedo entender cómo las gentes
pueden comportar ni sufrir las grandes frialdades que hace en esas tierras, pues el frío es
tan contrario de la vida, que muchas veces vemos entre nosotros que se mueren los
hombres solamente con la frialdad, o con las heladas que les toman en los campos o en
partes donde no pueden ampararse de ellas.
ANTONIO. Vos decís muy gran verdad, que acá suele acaecer eso; pero la naturaleza es
muy poderosa, y adonde cría y pone las cosas más dificultosas, también cría y pone allí
los remedios para ellas, como ya lo entendisteis por la palabra de Juan Ciglerio; pero yo
quiero decíros otra razón, que a mí me parece ser evidente, y ésta es que a todas las cosas
les es propio y natural aquello en que se crían: y así como un hombre que de pequeño se
comenzó a poner en costumbre de comer poco a poco algunas cosas ponzoñosas, después
aunque las coma en una gran cantidad no le hacen daño, lo cual se ha visto ya por experiencia, de la misma manera, un hombre criado en el frío, cuanto más va creciendo,
menos perjuicio y daño le hace. Y así lo tienen por su natural: como el pescado tiene
andar en el agua, y la salamandra criarse y vivir en el fuego y el camaleón sustentarse con
el aire. Y es esto tanto, que así como a un negro de Guinea se le haría dificultoso y
correría peligro de la vida con los fríos de aquellas regiones, también un hombre sacado
de ellas y traído adonde hiciese grandes calores no podría sufrirlas y se moriría. Y demás
de esto, naturaleza los cría en aquellas partes más robustos y fuertes; y para los tiempos
rigurosos y ásperos tienen cuevas calientes debajo de tierra, adonde se meten, Los
pellejos de los animales que matan son en muy gran cantidad; vístense con ellos el pelo
para adentro; los montes y bosques son muchos y muy espesos, adonde quiera hallarán
aparejo para hacer grandes fuegos; y así, tienen defensivos para ampararse del rigor del
frío que habéis dicho, y no solamente se amparan, sino que viven muy más larga vida que
nosotros: porque los aires que son más delicados y puros los preservan de enfermedades,
y hacen la complexión más robusta y fuerte y menos aparejada para dolencias y
enfermedades que la nuestra.
LUIS. Satisfecho me habéis a mi duda bastantemente, aunque me pesa de haberos
rompido el hilo que lleváis de esas provincias; y así, pasad adelante.
ANTONIO. Poco queda ya que decir de ellas, aunque entre Biarmia y Finmarchia,
declinando hacia el austro hay otra provincia que se llama Escrisinia, de la cual los
autores no dan tan particular noticia: solamente dicen que las gentes de esta tierra tienen
mayor habilidad y ligereza para andar y caminar encima de las nieves y hielos que otros
ningunos; lo cual hacen con un artificio de unos palos que usan, con los cuales se arrojan
para unas partes y para otras sin peligro ninguno, y así, no hay valle hondo lleno de nieve
ni montaña tan alta y dificultosa de subir adonde ellos no suban, cuando las nieves
estuvieren mayores y más altas; y esto hácenlo cuando van en seguimiento de algunas
bestias fieras que andan cazando; y otras veces en competencia y sobre apuestas de quién
lo hará mejor o subirá más presto y más ligeramente, y la manera de estos palos de que se
ayudan poco va que se diga, porque es dificultosa de entenderse, y también acá no nos
habemos de aprovechar de ella.
BERNARDO. Si algunos son bastantes a descubrir los pueblos que habéis dicho de la
Biarmia superior, serán esos que con su buena maña y ligereza podrán llegar [a] aquella
tierra, que todos generalmente hacen tan bienaventurada, y adonde las gentes viven tan
larga edad, y sin necesidad de buscar cosa ninguna para ella, pues naturaleza les provee
de todo tan bastantemente. Y en verdad, yo recibiera grandísimo gusto de entender las
particularidades que allí hay, de manera que estuvieran averiguadas; y también la
distancia que hay de ella a la mar; y si están cercados y rodeados por todas las partes de
estas tierras, tan altas y frías, quedando ellos en el medio, en provincias y tierras tan
templadas, y debajo de algún clima o constelación que baste para diferenciarlas de todas
las otras, y hacer los habitadores tan bienaventurados para lo de este mundo, como los
antiguos lo dicen y los modernos no niegan.
ANTONIO. No son solas estas provincias que habemos dicho las de aquella tierra, que
otras muchas hay, cuyos nombres ahora no me acuerdo, entre las cuales no faltan algunas
que, metidas en el rigor del frío, por particulares influencias, gozan de aires serenos y de
tiempo muy templado; pero razón será que os contentéis con lo que habéis entendido,
pues que hasta ahora no se ha podido saber ni entender más. Y entre los modernos, Marco
Paulo ha poco tiempo que escribió, y así mismo otros contemporáneos suyos; y el último,
que es Olao, no ha doce o trece años que manifestó su obra, aunque va muy corto en lo
que toca a estas provincias, por el poco trato y conversación que se puede tener con ellas;
pero no deja de darnos mucha claridad, y cuando llega a otras que están más cercanas de
nosotros y no dejan de ser septentrionales, muy más menudamente lo trata, como testigo
de vista.
LUIS. Estoy considerando el trabajo que se pasará en estas provincias con noches tan
largas y prolijas; y de qué manera pueden pasarlas: que cierto, a cualquiera de nosotros
muy dificultoso se nos haría, y nos congojaríamos, de suerte que se nos acabaría presto la
vida.
ANTONIO. ¿No habéis oído decir el proverbio que dice: «El uso y costumbre es otra
naturaleza»? Y así, estas gentes están acostumbradas a pasar las noches sin fatigarse y
congojarse. En los días siembran y cogen sus frutos, o se contentan con los que la tierra
de suyo produce. Cazan y matan muchas fieras, las cuales tendrán conservadas con sal,
como nosotros lo hacemos; y también harán lo mismo en los pescados, o los secarán al
aire, como ya está dicho. Y sin esto, no dejarán en las mismas noches de cazar y pescar,
como acá lo hacemos. Para los grandes fríos, se remediarán en las cuevas hondas, o con
grandes fuegos, pues tienen tan grande abundancia de leña en los montes y bosques;
andarán bien arropados con los pellejos; cuando les faltare luz, se aprovecharán del lardo
de los pescados y de la grosura y sebo de las bestias, y se alumbrarán con ello, o con teas
y astillas de los árboles que tengan alguna manera de resina, las cuales suplen en muchas
partes por candelas. Y, sin esto, ya yo os he dicho que las noches todo el tiempo que
duran son tan claras, que las gentes pueden hacer sus oficios y negociar en ellas; porque
la luna y estrellas particulares resplandecen en aquellas regiones, y el sol siempre deja de
sí alguna manera de claridad; tanto, que dice Enciso, en su Cosmografía, hablando de
estas tierras, que hay en ellas una montaña o peña tan alta, que por mucho que el sol baje,
cuando se aparta hacia el norte antártico, nunca deja de tener en lo alto una luz y claridad,
que parece inviada del mismo sol, que por lo alto se le participa.
LUIS. Más alto debe ser ese monte que el de Atlas, ni el de Atos, ni que el monte
Olimpo. Y así, dicen que también hay otro en la isla de Zailán, que llaman el monte de
Adán, que su altura se comunica con el cielo, y la opinión de los moradores es que Adán
hizo vida en él, cuando fue echado del paraíso.
ANTONIO. Todo puede ser posible. Pero volvamos a lo pasado, y digo que pues
naturaleza dotó a esas gentes del uso de la razón, creed que buscarán sus formas y
maneras para hallar las cosas que fueren necesarias para sustentar la vida humana; y por
ventura, tendrán mayor astucia y diligencia en ello de la que nosotros pensamos; y no les
faltará discreción para repartir el tiempo y saber aprovecharlo, comiendo a sus horas
ciertas y durmiendo de la misma manera; tendrán entre sí sus leyes y ordenanzas; harán
también sus ayuntamientos y confederaciones: que, pues tienen guerra y disensiones los

unos con los otros, de creer es que cada una de las partes querrá fundar su razón, y que
tendrán sus caudillos y gobernadores a quien obedezcan, y reconocerán entre sí los
deudos y amistades, y si no es verdad, como los antiguos dicen, que son gentiles y el
principal Dios a quien reverencian y acatan es Apolo, vivirán en la ley de Naturaleza, que
en nuestros tiempos no se tiene noticia de ninguna provincia ni parte donde no esté
desterrada esta ley de los dioses antiguos, a lo menos de la manera que la gentilidad
antigua la guardaba; y bien me holgara yo de que Olao Magno se declarara más en esto,
pues no pudo dejar de tener alguna noticia de ello, confesando en un capítulo que hace de
la aspereza del frío de aquellas tierras, que entró por la tierra adentro hasta hallarse a
ochenta y seis grados cerca de la altura del Polo Ártico.
LUIS. No sé yo cómo puede ser eso, pues decís que no trata de haber visto ni llegado a
las provincias de Biarmia, que, según la cuenta que habéis dicho que hacen los
cosmógrafos de los grados, cuando llegan a los ochenta, están ya cerca de donde el año se
reparte en un día y una noche.
ANTONIO. Razón tenéis de dudar; que también yo había mirado en ello; y lo que me
parece es que él cuenta los grados diferentemente, o que la letra debe estar errada; pero
como quiera que sea, demás de ser él natural de tierra tan fría, como es Gocia, debió de
ver mucha parte de las otras tierras del septentrión, pues tan buena noticia da de todas
ellas; y por ahora sola una cosa queda que deciros, y es que en lo que aquí habemos
tratado de las tierras y provincias que están debajo del Norte ártico, habéis de entender
que lo mismo es y de la misma manera que las que están debajo del Norte antártico, y que
en lo del cielo no diferenciarán en cosa ninguna, y en lo de la tierra será en algunas cosas;
y allí debe de correr otro viento semejante al cierzo, pues que las nieves y heladas y fríos
son tan grandes, como por experiencia lo vieron los que navegaron con Magallanes: el
cual, según los que escriben de él y de su viaje, cuando descubrió el Estrecho para pasar a
la mar del Sur, antes de hallarlo, llegó hasta los setenta y cinco grados; pero ninguna cosa
dice ni trata del crecimiento y descrecimiento de los días y noches; y no puedo entender
la causa, pues que, siendo de tanta admiración, fuera justo que los cronistas hicieran
mención de ello, porque no pudo dejar de venir a su noticia, por relación de los que
fueron en su compañía, y también de los otros que después han ido a descubrir por
aquellas partes, a quien la frialdad muy grande no dejó pasar adelante hicieron lo mismo,
y éstos hallaron gente de extraña grandeza, conforme a los que dijimos que en el polo
ártico se hallan. Y no dejaré de deciros que en estas tierras las nieves que estaban en las
alturas de los montes no eran blancas, como las otras, sino tan azules, que parecían de la
color del mismo cielo. Esto es secreto cuya causa no se entiende, sino que la naturaleza
obra este efecto en aquella tierra; y así, también hay otras cosas maravillosas en aves y
anímales y en las hierbas y plantas y tan diferentes de las comunes y ordinarias, que no
dejan de poner admiración. Y dejando esto, si por ventura todo se pudiese acabar de
descubrir, después de pasadas las tierras que el rigor del frío hace que se habiten con
aspereza, se hallarían otras tierras y provincias que se pudiesen llamar bienaventuradas,
como de la Biarmia superior habemos dicho; pero esto se entenderá cuando Dios fuere
servido; y nosotros contentémonos con saber lo que en nuestro tiempo está descubierto y
entendido de las tierras y provincias que están en esta parte y tan cerca de nosotros.
BERNARDO. Bien holgaría que nos dijeseis algunas particularidades curiosas, que en
tan diferente tierra de la nuestra también se hallarán muy diferentes cosas, como son las
del otro polo.
ANTONIO. A mí me place de daros ese contentamiento; pero quédese esto para mañana,
que ahora ya nos estarán esperando para la cena.
LUIS. Hágase como lo mandáis, que tiempo es ya de recogernos.
FIN del quinto coloquio