Unamuno fue nominado en 1935 por Esteban Madruga Jiménez y en 1936 por José María Ramos y Loscertales, Francisco Maldonado, José Camón Aznar y Manuel García Blanco.
A pesar de que en 1935 el Premio Nobel de LIteratura tenía tres candidatos de la talla de Miguel de Unamuno, G. K. Chesterton, y Paul Valéry, el premio quedó desierto. En 2001, la Academia Sueca publicó las deliberaciones de los primeros 50 ganadores, que incluían las opiniones sobre la candidatura de Unamuno para 1935. El jurado consideraba que uno de los defectos de Unamuno era que se trataba de «una persona demasiado segura de sí misma» [sic]. Y añadía:
Hay que leer sus obras despacio por su extrema profundidad y difícil comprensión. Además dificulta ese entendimiento las diferencias entre la cultura nórdica y la mediterránea, por lo que no recomendamos al candidato
Ya en 1928 Unamuno había sido propuesto por la Academia sueca, pero fue entonces el Directorio de Primo de Rivera quien se opuso, ya que Unamuno estaba desterrado debido a sus vitriólicas críticas al régimen.
Sin embargo, parece que los motivos de fondo fueron políticos. Unamuno había asistido al mitin de Falange el 10 de febrero de 1935 en el Teatro Bretón de Salamanca, donde había conversado amigablemente con los líderes del movimiento. La prensa y los mentideros dieron cuenta del coqueteo del filósofo con este partido en términos poco positivos. El azañista Roberto Castrovido lo denunció en el Heraldo de Madrid. Como afirma Francisco Blanco Prieto, autor de Miguel de Unamuno (Anthema ediciones), «si no hubiese asistido a aquel mitin le hubiesen dado probablemente el premio Nobel, pero después de aquello quedó estigmatizado».
A pesar de todo, el académico sueco Hjalmar Hammarskjöld se lamentó de la exclusión final del escritor español: «No elegirle es no cumplir con lo dictado por Alfred Nobel en su testamento». La situación política del siguiente año, con el estallido de la Guerra Civil, restó de nuevo impulso a su candidatura y le consagró definitivamente como un eterno aspirante.
Parece que el propio Unamuno intuía que su asistencia al mitin de Falange había influido en que no se le concediera el Premio Nobel de 1935, para el que había sido propuesto de forma insistente por diferentes instituciones españolas e hispanoamericanas. Al fin y al cabo, José Antonio Primo de Rivera admiraba profundamente a Unamuno, al que visitó en Salamanca, con cena posterior incluida.