Traducción del original Herr Arnes penningar (1904) hecha por Miguel Benito. Invandrarförlaget, 1997.
En la pasada feria del libro de la ciudad de Gotemburgo, encontré en el pabellón de la editorial de los inmigrantes, Invandrarförlaget, Las monedas de don Arne, novela corta escrita por Selma Lagerlöf. La traducción, precisa y con impecable manejo gramatical, corresponde a Miguel Benito, de quien se sabe nació en España, es bibliotecario de profesión y, además, responsable de la Casa del Inmigrante en la sureña ciudad de Borås.
Cada vez que, en estas tierras tan lejanas, topo con algún libro en español mi espíritu siente entonces un gran deleite, que se hace doble si los autores son escandinavos. Y es por aquello de los amigos interesados en la literatura que viven al otro lado del Atlántico y que en sus misivas preguntan a menudo por los escritores de los países nórdicos. Pues bien, en esa ocasión mi complacencia fue de rubros mayores, pues la autora es una de las que más ha influido en las letras latinoamericanas y su realismo mágico. Selma Ottiliana Lovisa Lagerlöf nació el 20 de noviembre de 1858 en Mårbacka, un villorrio que produce la mejor harina de avena en todo Suecia y que está ubicado en la región de Värmland. La escritora fue desde su nacimiento endeble y enfermiza y sus padres creyeron equivocadamente que sus días en esta vida no serían muchos. Hija del matrimonio compuesto por el teniente Erik Gustaf Lagerlöf y la señora Louise Wallroth.
La situación económica de la familia permitió que la pequeña Selma fuera educada en casa con ayuda de maestros privados. Influida, tal vez, por el ambiente religioso que reinaba en su hogar ingresó al seminario de Estocolmo. Años más tarde egresó de allí formada para ser maestra de niñas. Trabajó como tal desde 1885 hasta 1895 en la ciudad de Landskrona. Y es a partir de ese período que empieza su proceso de creación literaria que, entre otras hazañas, habría de romper con la pétrea influencia naturalista en la cual se encontraba la literatura sueca de la época. Su tenaz actividad en el mundo de las letras motivó en 1907 a la Universidad de Uppsala a concederle el titulo de doctor honoris causa. Dos años más tarde se le concede también el premio Nobel de Literatura y en 1914 se convierte en la primera mujer que ocupa un puesto en la Academia Sueca.
Murió un día de marzo cuando ochenta y dos años bien vividos, empezaban a encorvar su espalda. Una de sus primeras obras fue La saga de Gösta Berling. Luego vendrían Jerusalem I y II, y antes de que escribiera el pedagógico relato El fantástico viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, publicó una corta historia de miedo que bautizó como Las Monedas de don Arne. Dicho relato fue escrito en 1903 y trata, a vuelo de pájaro, de tres soldados irlandeses que asesinan en su casa y sin clemencia alguna al pastor Arne y toda su prole, para robarle una urna llena de monedas. De esta masacre, a la colombiana, se salva milagrosamente Elsalill, una joven criada, quien es recogida por un pobre vendedor de bagres llamado Torarin y que vive en el puerto de Marstrand. Semanas más tarde Elsalill topa por pura casualidad con uno de los soldados irlandeses, sir Archie, y sin saber que es uno de los autores de la masacre entabla con él un romance.
El asesino sir Archie y sus dos amigos se hallan en este puerto a la espera del barco que supuestamente los llevará de regreso a su país. Pero el hielo tiene prisionero al barco. Y así es como poco a poco entra en el relato esa fuerza narrativa donde los difuntos hablan y tienen sus radios de influencia. La hija del pastor Arne baja de los cielos a lavar platos en una sucia taberna del puerto. Pero además, nos encontramos con un puñado de almas en pena que cierran las puertas del mar y un perro que presiente allende los bosques la presencia de la muerte. La realidad y el sueño aparecen en este relato como hermanas gemelas capaces de engañar a los espejos. A pesar del arrobo en que nos sumerge la lectura del cuento debemos, de vez en cuando, hacer pausa para reflexionar y tomar partido sobre las frases sueltas que la autora escribe para presentar los conflictos sociales. Esa amalgama de conductas humanas más fuerzas sobrenaturales, pasiones imposibles y supersticiones, hacen que Las monedas de don Arne sea uno de los textos literarios que al ser leídos nos depara un montón de placer. En la mayoría de los artículos que se han escrito sobre la vida de Selma Lagerlöf se destaca la importancia del culto y refinado ambiente familiar en que creció y que influyó sobremanera en su posterior creación literaria.
Acostumbrada de niña a escuchar y contar historias, enriqueció ese talento con la lectura de las sagas venidas de Islandia. Por ello no es gratuito que muchos de los elementos existentes en la técnica narrativa de la autora sean puntales que otrora fueron imprescindibles en la forma narrativa de los escritores islandeses. Es así como los personajes son descritos a través de sus actuaciones, que a su vez son redactadas con un lenguaje sencillo y de la vida cotidiana. Es también tradición que un personaje importante se presente en forma sucinta antes de entrar en actuación. "En el tiempo en que el rey Federico II de Dinamarca reinaba sobre Bohuslän, vivía en Marstrand un pobre pescador que se llamaba Torarín. Era un hombre humilde y endeble. Tenía un brazo paralizado, de manera que no era capaz de pescar ni de remar"
. De esta manera, por ejemplo, escribe Selma Lagerlöf al comienzo de la novela Las monedas de don Arne. Tampoco existe en esta técnica de narrar sencillo el tono conmovedor, reservado para los momentos dramáticos, sino que se describe de manera escueta, para así minimizar el momento de la tragedia.
Sobre la masacre cometida sólo sabemos, por boca de unos de los moribundos, que "Don Arne y su gente han sido asesinados esta noche por tres hombres que entraron trepando por el agujero de ventilación del tejado e iban vestidos con pieles velludas"
. En fin, material para un ensayo sobre las influencias y particularidades narrativas de Selma Lagerlöf, tendríamos de sobra. Si es que por casualidad existe algún rasgo en la obra de la escritora que no haya sido objeto de disertación por parte de investigadores y los amantes de la literatura. Algo de lo que sí estoy seguro que no ha sido tratado con la disciplina que requiere, es el grado de influencia que Selma Lagerlöf ejerció sobre la literatura latinoamericana. Que se sepa, solamente uno de nuestros grandes escritores, el mejicano Juan Rulfo, reconoció abiertamente dicha influencia. Estas son palabras suyas, pronunciadas en una charla con los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela: «Los escritores nórdicos fueron en realidad la influencia que he tenido más cercana. Yo empecé a leer a los nórdicos a Knut Hamsun, a Björnsson, a Selma Lagerlöf, en fin.
A mí siempre me ha gustado la literatura nórdica porque da la impresión de un ambiente brumoso, neblinoso, ¿no? Me gusta mucho lo triste a mí; lo triste y lo opaco.» Siendo así, no nos queda más remedio que sacar un billete de veinte coronas suecas, guiñarle un ojo a Selma Lagerlöf y volver a guardar el billete en el bolsillo del pecho izquierdo, cerca del corazón. Porque lo cierto es que mucho antes de que en los cuentos de García Márquez empezaran a caer ángeles del cielo, el pastor Arne, había regresado del mundo de los fenecidos a la casa parroquial en Solberga para impartir órdenes sobre cómo su muerte sería vengada.