Francisco de Quevedo: «Lamentable inscripción para el túmulo del Rey de Suecia Gustavo Adolfo» (163…)

Francisco de Quevedo siempre admiraba a los grandes caudillos militares, sin importar su nacionalidad o religión, y no es ninguna sorpresa que de él (que también escribió poemas honoríficos sobre traidores a la patria como el Duque de Osuna o Alberto de Wolistán -Albrecht von Wallenstein-) provenga uno de los escasos elogios que dedican las Españas a Gustavo Adolfo como guerrero y caudillo de renombre, lamentando su heroica muerte en Lützen en forma de epitafio:

CLXIII b
Lamentable inscripción para el túmulo del Rey de Suecia Gustavo Adolfo

Rayo ardiente del mar helado y frío,
y fulminante aborto, tendí el vuelo;
incendio primogénito del yelo,
logré las amenazas de mi brío.

Fatigué de Alemania el grande río;
crecile, y calenté con sangre el suelo;
azote permitido fui del cielo
y terror del augusto señorío.

Y bala providente y vengadora,
burlado de mi arnés, defensa vana,
me trujo negro sueño y postrer hora.

Y, despojo a venganza soberana
alma y cuerpo, me llora quien me llora:
el que los pierde, ¿qué victorias gana?

Por lo demás, en Las tres coronas en el aire, otra obra de Quevedo censurada durante décadas e incluso siglos, ésta en prosa, el autor de las gafitas imagina a Oliver Cromwell, Giulio Mazarini y Armand du Plessis, el cardenal Richelieu, conversando en la otra vida (¡imagínate la idea para un fanfic!). Habla en este fragmento Richelieu:

Saqué del Septentrión a Gustavo Adolfo, que como caudaloso torrente inundó en pocos meses el Imperio, desde la isla de Reiguen (sic!) hasta la Morela, dejando con sus victorias llenas las provincias de trofeos y bañadas las campañas con sangre de católicos vertida, hasta que en la de Lutzen (sic!), un golpe fatal derramó la suya, que como hervía en sus venas con tanta violencia no podía ser de mucha duración.

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