Francisco Espinosa cuenta en su libro La justicia de Queipo. Violencia selectiva y terror fascista en la II División en 1936 (2005) pormenores de la suerte de Torsten Jovinge en la Sevilla de 1936:
Pese a todo, es difícil resistirse a una hipótesis, Jovinge, con sus lápices y cuadernos, con su mirada inteligente y curiosa, suponía una auténtica provocación para los sublevados en general o para cualquiera de los fascistas que pululaban por el centro de la ciudad en los primeros momentos del golpe. Tan peculiar era lo que estaba haciendo Jovinge que ningún otro testimonio visual o escrito puede suplirlo. En este sentido el trabajo del pintor sueco en Sevilla se encuentra en la estela de Goya, cuya obra conocía sin duda. Sin quizás ser muy consciente estaba practicando periodismo de guerra, creyendo ingenuamente que su condición de extranjero, como si de un corresponsal se tratara, lo situaba al margen del conflicto.
El “delator” de sus últimas anotaciones se trata evidentemente de uno de los voluntarios que aquellos días indicaban a los golpistas a quien debían detener. La noche del 18 de Julio Jovinge escribe en su diario “Delator presente de nuevo. Se interesa él por mí? Parece evidente". Debió de ser en ese contexto, con motivo de algún encuentro con fascistas en las cercanías del hotel cuando el pintor fue corregido y amenazado. Quién sabe si no fue entonces cuando perdió boina y gafas, sin las que como escribió su hija en el catálogo casi no veía. A consecuencia de ello, imposibilitado, tanto para escribir como pintar, se refugió en el hotel. En algún momento del Domingo 19 fue localizado en el hotel y asesinado con una navaja barbera.
Enterada la Autoridad Militar y consciente del problema diplomático que podría derivarse del suceso, se controló el asunto designando un instructor con el único objetivo de que no surgiera problema alguno y de conseguir el visto bueno del Vice-Consulado.
Este, para quien el pintor no era más que un compatriota problemático y con deudas por toda partes, al que incluso habían propuesto poco antes que embarcara como indigente en un barco con destino Suecia, accedió pensando en que dada las circunstancias todo se olvidaría. Pero algo fue mal: la creciente fama del pintor llevó a la familia y a ciertos medios de comunicación a interesarse cada vez con más intensidad sobre la vida de Jovinge y sus últimos días, y en consecuencia las dudas aumentaron.
Faltó, eso sí, el Gerald Brenan, el Agustín Penón o el Ian Gibson que como en el caso de Lorca, agotaran todas las posibilidades de investigación. Es posible que a partir de los cincuenta, cuando viajó a España su esposa, una investigación bien orientada y siempre respaldada por otro país, hubiera dado sus resultados.
La narración de Espinosa es muy verosímil, aunque no existan pruebas. Jovinge era miope, lo que le hacía llevar unas gruesas gafas a todas partes, ya que, sin ellas, no podía hacer nada. Sin embargo, en el inventario de sus efectos personales que hizo el cónsul en Cádiz Jon Siljeström el 24 de julio de 1936, no están las gafas. La especulación de que un grupo de falangistas le quitaron las gafas antes de asesinarlo es una pura especulación, pero no debe andar muy lejos de la verdad.
De hecho, el inventario de sus efectos personales es este (Inventar over dödsboet tillhörende f. svenska undersaaten Per Torsten Jovinge, död som fölge av selvmord maandag middag 20 juli 1936 i Sevilla, Hotel Londres):
Otte (8) bloker tegninger / 8 bloques de dibujos
Niofyrti (49) malerier uten remme (akvareller) / 49 acuarelas
Fire (4) tegninger med ramme / 4 dibujos enmarcados
To traerammer / 2 marcos de madera
En pakke hvit tegnings-papir / Un paquete de papel de dibujo